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Columna
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Pederastia en la Iglesia

Veo en un telediario a un sacerdote, vinculado a la parroquia de Santo Domingo de Guzmán del barrio de Aluche y condenado a dos años de cárcel por haber abusado sexualmente de un niño de 12 años, y mis sentimientos, por orden cronológico, son los siguientes. En primer lugar, siento pena por él. ¿Qué otro sentimiento se puede tener por una persona humillada ante la opinión pública -aunque sea en un acto de estricta justicia- y que, además, tiene ya 73 años, una edad que nos debe predisponer a mirar a las personas con mayor piedad? Además, no dejo de pensar que, por ser él sacerdote, el delito de pederastia adquiere un grado de tragedia mayor: de hecho, el sacerdote cobra su nómina para defender la castidad siguiendo las consignas de la Iglesia católica. Doy un paso más en el terreno de la piedad y pienso que este sacerdote es un delincuente cuya conducta, de ningún modo, mancha la trayectoria vital de probablemente no pocos sacerdotes que son honestos en su conducta. Pero, cuando llego ya a este punto, por fortuna, se me aparece, en mi Lourdes particular, aquel gran escritor que fue Stefan Zweig y me ofrece un ejemplar de su fantástica novela titulada La piedad peligrosa.

En cuanto se me aparece Zweig, la reflexión sobre este delincuente encara la vía adecuada. El telediario nos ofrece, en primer lugar, al delincuente y no a la víctima, ese desdichado niño que sufrió, durante tres años, una cadena de abusos sexuales. Y, en cuanto aparece en mi mente el niño vejado, hace mutis por el foro -y por el foro madrileño, claro- la piedad, y surge la indignación. ¿Cómo un adulto puede ser tan degenerado como para abusar sexualmente de un niño o una niña? ¿Cómo, para colmo, ese adulto degenerado -como ocurre en este caso y en tantísimos otros- es íntimo de la familia de la víctima hasta el punto de que ella le llama El abuelo?

Damos un paso más y, como debe ser, aparece el arzobispado de Madrid, dirigido por el cardenal Rouco Varela, cuyo principal oficio es la obstrucción de la justicia. La denuncia contra este sacerdote la presentó un grupo de catequistas de la parroquia de Santo Domingo de Guzmán ante la Fiscalía de Menores; en santa represalia, las autoridades eclesiásticas los expulsaron de la congregación. El arzobispado de Madrid admitió que había sido informado sobre los hechos. Y ¿cómo reaccionó?: se limitó, según sus propias palabras, a apartar de su labor al sacerdote y recluirlo en un convento. En estos momentos, el sacerdote está jubilado.

El Tribunal Supremo ha confirmado recientemente la sentencia que condenó al arzobispado de Madrid como responsable civil subsidiario. La Iglesia deberá indemnizar al niño con 30.000 euros que no hay que olvidar que provienen, en una parte importante, del erario público. Bien conocida es la furia católica contra la defensa del matrimonio para los clérigos. Pero es verdad que esta furia contra el matrimonio para clérigos no llega hasta el punto de ser alérgicos al recurso jurídico de casación, aunque la casación suena a sinónimo de matrimonio. El arzobispado presentó un recurso de casación contra una sentencia anterior condenatoria. Pero el Tribunal Supremo ha dictado sentencia definitiva y ha sido contundente en sus razonamientos jurídicos contra la Iglesia. Según el auto del Supremo, el arzobispado de Madrid, que predica la castidad hasta para los alcornoques de la sierra de Guadarrama, ha infringido cánones del Código de Derecho Canónico que lo obligan a vigilar y controlar las actuaciones de los párrocos. La Iglesia católica difiere de la Iglesia ortodoxa y de las iglesias protestantes en que no acepta el matrimonio para sus sacerdotes. La Iglesia católica impone una salvaje castidad que genera muchos infiernos entre sus fieles y entre sus sacerdotes de Madrid, Aranjuez, Colmenar de Oreja, Alcobendas y docenas de ciudades de los cinco continentes. Y precisamente en Aranjuez el nuncio del Vaticano en España se ha quejado de la resonancia magnética de los casos de pederastia de eclesiásticos en los medios de comunicación. Al nuncio, por lo visto, le va la marcha de esconder bajo la alfombra la pederastia de algunas ovejas suyas.

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