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Columna
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Viernes 13

15 de julio, viernes y 13. A las 15.30 un automóvil más se funde con la espesa marea metálica que, bajo un sol de flagrante injusticia, aborda la calle de la Princesa desde la Plaza de España. Marcan los termómetros desbocados lo que les da la gana, siempre por encima de los 40 grados y en la radio, entre mensajes refrescantes y canciones descerebradas anuncian kilométricas retenciones en todas las salidas de la capital. El conductor del automóvil recién engullido es optimista, de un optimismo obcecado que no parece resentirse demasiado de los golpes que a diario le propina la realidad circundante: No será para tanto, piensa para su caletre, ciego y sordo ante los siniestros presagios que se ciernen en el aire sucio y caliginoso de la ciudad más contaminada de España, capital de la Comunidad más contaminada de España.

No será para tanto, se repite el viajero inmóvil como un mantra para alejar los negros pensamientos. Cinco veces habrá de cambiar el semáforo antes de que su vehículo aborde la principesca vía. Tras las previsiones del tráfico, el locutor apocalíptico se lamenta del fuel vertido sobre las costas ibicencas y advierte sobre los riesgos de la plaga de medusas que un año más acuden puntuales a su urticante cita con los bañistas mediterráneos. Al conductor no le hacen mella las medusas, él se dirige a la saludable sierra madrileña; de momento se niega a aceptar los resultados de los recientes estudios que dicen que las estribaciones del Guadarrama no son ya, como solían, pulmón de la ciudad y su comarca, reserva de aire puro y espacio natural y protegido. No se acaba de creer, por ejemplo, que los óxidos de nitrógeno y otros compuestos que emiten los tubos de escape ciudadanos actúen a kilómetros de distancia produciendo ozono troposférico, que es el ozono peligroso, porque con el ozono ocurre lo mismo que con el colesterol que hay uno bueno y otro malo. Minucias y argucias, el aire sigue siendo puro en su chalé serrano con aroma de pinos, jaras y barbacoas.

Reconfortado el auriga acomete los primeros 10 metros de Princesa y queda varado ante el siguiente semáforo. El Ayuntamiento de Madrid, informa ahora una locutora de relevo, piensa imponer límites de velocidad a los vehículos que transiten por la ciudad para reducir la contaminación. Hoy lo han conseguido, la velocidad es reducidísima camino de La Moncloa, pero al conductor no le parece que se trate de un éxito, la acumulación de gases de los tubos de escape y los efluvios de los neumáticos que se derriten sobre el asfalto generan una nube pestilente y tóxica que surge por los mínimos intersticios que se abren entre vehículo y vehículo y se elevan para unirse en el cielo con nubes de polvo sahariano, venenosas partículas y otras flatulencias urbanas.

Quince minutos y dos semáforos más tarde, el viajero atrapado se fija en un vagabundo de largas greñas y encrespada barba que afronta la solanera con gorro de lana, grueso abrigo y bufanda de varias vueltas. El indigente husmea en las papeleras a la busca, indiferente al fuego del infierno que reverbera en las fachadas. 20 minutos más y el conductor se encuentra detenido ante la majestuosa y relajada efigie de la Condesa de Pardo Bazán que da la espalda al palacio de la Duquesa de Alba, guarecido por embobadas esfinges. El Ayuntamiento de Madrid informa de que está a punto de dictar una norma prohibiendo la circulación urbana de vehículos viejos que son los que más contaminan. El automóvil de nuestro conductor es más viejo que joven, pero aún le quedan unos cuantos años de pasar la ITV.

El viajero varado pensaba, ya hemos dicho que se trata de un optimista irreductible, que el tráfico disminuiría después del cruce del Corte Inglés, pero del aparcamiento del centro comercial emerge una incesante cola de vehículos que se incrustan en la corriente principal y ponen de relieve la relatividad de las leyes de la Física. Otros 15 minutos y ya estamos en el pantano de La Moncloa, territorio del caos, empantanamiento general de vehículos que pretenden acceder por todos los medios y tretas a su alcance a la A-6. La locutora anuncia ahora 22 kilómetros más de retenciones. El vagabundo abrigado repasa a la sombra su magro botín. La velocidad de ambos, vehículo y vagabundo, ha sido de seis kilómetros a la hora. Nos despedimos.

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