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Columna
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Sexo frío y barbacoas

Hay quien sospecha que el real y verdadero problema vasco no es ese del que hablamos cada día en los medios de comunicación, sino el otro, ya saben. Que el asunto se preste a toda clase de chocarrerías y chistes lamentables (como los que los humoristas de EITB no paran de contar en plan jatorra, es decir, en el plan más castizo y carpetovetónico que imaginarse pueda) es otra cosa que no tiene que ver con la cuestión de fondo. El sexo entre los vascos (y las vascas) es un tema importante, no hay duda. Naturalmente que para todo el mundo es importante el sexo. Tan importante para los esquimales como para los bosquimanos, por hablar de habitantes de dos climas extremos y opuestos. El sexo entre los vascos, además de importante, ha sido un tema durante mucho tiempo preocupante, dado que parecía, en apariencia, no preocuparnos nada. Era más importante potear a destajo, salir en procesión o manifestación, ir a misa de doce o celebrar el día de la patria (de cualquiera de ellas, bajo una boina roja o una negra o azul) que convertirse en maestros o discípulos del ars amandi. Por eso la noticia de que Bilbao acogerá, entre los días 20 y 22 de julio, el primer Salón Erótico Internacional del País Vasco ha causado un pequeño revuelo.

La madrina de la feria será la famosa Cicciolina, vieja estrella del porno italiano que en los años ochenta apretaba a un muñeco de peluche (un osito, si mal no recuerdo) entre los muslos. Luego se casaría con Jeff Koons, también creador de ositos y perritos, conejitos y demás bibelots millonarios quizás más pornográficos que todas las películas de la pálida actriz italiana. Los organizadores del Salón Erótico pretenden, según dicen, potenciar el uso del euskera en este sector audiovisual, es decir, en el sector del sexo, el erotismo y la pornografía. Es curioso que el propio lehendakari Ibarretxe, el mismo día pero en otro contexto, concretamente en la clausura del IV Congreso Mundial de Colectividades vascas, llamara a los vascos y vascas emigrantes a mantener su identidad lejos de casa: "Desconfiad de aquellos que os piden que dejéis de hablar euskera o dejéis de pensar como pensáis en aras de la globalización".

Se empieza hablando inglés o castellano en lugar de euskera y se termina amando (es un decir) en inglés o en la lengua de Cervantes. Uno recuerda aquello, no sé muy bien por qué, de que el francés era la lengua para hablar con las mujeres, el alemán para hablar con los caballos y el español para hablar con Dios. Sabemos que la lengua de los vascos la parlaban los ángeles. Sabemos que Unamuno sabía muchas lenguas, entre ellas la española y la vasca, y que aprendió danés para leer a Kierkegaard. Pero sabemos positivamente que Unamuno jamás aprobaría que en su botxo se celebrase un festival erótico como el que, inevitablemente, se celebrará. Unamuno (y no digamos nada de Sabino) se revolvería en su tumba si viese a unos actores pornográficos ejerciendo su oficio en euskera. Bien es verdad que el diálogo en un gang-bang es escaso y que el guión de un filme gonzo es humo, polvo, nada. Pero que nuestro idioma originario se haga un hueco en el industria del sexo audiovisual es simplemente un signo (otro más) de los tiempos. A los vascos, igual que a los franceses o a los australianos, nos pone el sexo frío.

Ojalá que el verano caliente que algunos auguraban o agoraban se quede en esta feria o salón bilbaíno dedicado a los falsos orgasmos. No sería mala cosa. Sexo frío y millares de horribles barbacoas salpicando los bosques del país como plaga estival. Dos signos de este tiempo. Pero las barbacoas, sustituyendo a las inocuas cestas domingueras, son una plaga auténtica, un peligro en el bosque. Porque las barbacoas no son incendios fríos como los del cine X. Las brasas son reales. Los chorizos parrilleros, las costillas grasientas y las chuletas son reales, crudas como las letras que canta Georgie Dann, aunque estén socarradas. Terribles como el vino de garrafa. Dan miedo. El mes pasado ETA robó a punta de pistola, cerca de Estrasburgo, dos sacos de pastillas para encender barbacoas. No debe andar bien ETA, pero tampoco alivia esa sospecha. Con 22 kilos de pastillas para barbacoas se pueden socarrar muchas costillas. No sé, a veces me parece que el verano tiene algo de gran charcutería.

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