Al nuevo ministro de Sanidad
La chica mira la televisión. Se entretiene, pero no se divierte. No sale de casa con sus amigas. La chica que mira la televisión está cada día más gorda. Siente vergüenza de su cuerpo, le parece deforme. Teme que se rían de ella, así que se queda en casa y mira la televisión. Lo mejor son los anuncios, muchos transcurren en exteriores y le hacen soñar. Otros muchos son de alimentos, están muy bien hechos. La chica que mira la televisión se siente culpable, cree que siempre tiene hambre. Continuamente se levanta del sillón y va a la cocina de expedición. Su madre abre la puerta, le anuncia que va a la calle. La chica que mira la televisión, que ya está un poco más gorda que hace un instante, pide un chocolate que acaba de ver en un anuncio. Discute con su madre. Llegan a un arreglo: también tomará un producto que ayuda a reducir el peso.
La chica que ve la televisión debe ser tonta -además de estar gorda- porque todo lo que anuncian en la televisión, le apetece.
Nada nuevo. La publicidad aumenta el consumo de un producto. Por muy inteligentes que nos encontremos todos somos vulnerables a la publicidad.
Los países con más anuncios publicitarios de alimentos sospecho que tienen más problemas de sobrepeso. No parece extremadamente difícil regular el número de anuncios publicitarios en la televisión relacionados con el consumo de alimentos. Incluso me parece una medida barata.
Pero yo también debo ser tonto como la chica que ve la televisión, me gustan los anuncios y además pierdo el tiempo en escribir estas cosas.
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