_
_
_
_
DE LA NOCHE A LA MAÑANA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Hacia el orgullo maniático

Aquí el que no se siente orgulloso de ser gay se cree importante por hacerse unas rayitas o se da por absuelto de sus tropelías públicas porque habría recibido el sobresaliente del voto en las urnas

Orgullo

Lee Konitz Nonet Lee Konitz (saxo alto), Ohad Talmor (saxo tenor), Russ Johnson (trompeta), Jacob Garchik (trombón), Denis Lee (clarinete bajo), Greg Hefferna (violonchelo), André Fandes (guitarra), Matt Pavolka (contrabajo), Dan Weiss (batería). Sala Rodrigo, Palau de la Música de Valencia. Viernes, 6 de julio 2007.

Nunca he sabido de qué se siente orgulloso un gay, si de su orientación sexual, de su manifestación o de que felizmente sea compartida. Siempre he pensado que la orientación homosexual rara vez es una opción personal sino más bien una aceptación de algo que a veces se oculta, a veces se vive con normalidad y otras veces se convierte en ostentación. No me imagino a ninguna mujer alardeando de su heterosexualidad, pero debo decir que en mi orientación heterosexual he recibido muchas alegrías del hecho tan simple de que otras personas incluyan en su distribución anatómica precisamente lo que falta en la mía. Tonterías como estas al margen, el sufrimiento más o menos terminó y ahora reina la alegría. Una alegría que, a juzgar por la índole de sus manifestaciones, ama los desfiles tanto como la Ofrenda fallera, el disfraz cutre tanto como los carnavales y una coreografía como de entrada reciclada en la taberna.

Visto para sentencia

El tenebroso espectáculo ofrecido por algunos abogados en las sesiones del juicio del 11-M que está a punto de concluir es de tal envergadura que el personal se lo pensará muy mucho de ahora en adelante antes de recurrir a sus servicios. La desvergüenza, la chulería, la insistencia en escarbar en detalles sin importancia respecto de lo que allí se ha juzgado, han sido tan tabernarias y contundentes que lo que ahora mismo está en entredicho es la función misma de algunas abogacías y su descaro a la hora de alterar la estimación de lo justo en la validación de las cosas. Por si no estaban ya bastante desprestigiados los políticos, ahora la ola de cambalaches de muy serias consecuencias alcanzará también a los profesionales que deben defendernos o acusarnos ante los tribunales. Al margen de los intereses del clan de los Jiménez que tratan de enmerdarlo todo, lo cierto es que la imagen de esa numerosa abogacía queda emborronada, tal vez por mucho tiempo.

El profeta desarmado

Rafael Blasco, ese gran teórico de la ilustración aplicada, clavó los resultados de las elecciones pasadas en las vísperas de su celebración, pero su profetismo no le alcanzó para aventurar que su destino en la victoria sería verse relegado a un departamento de inmigración que no se distingue por la magnificencia de su dotación presupuestaria. Que no se preocupe, porque no será faena lo que habrá de faltarle. Estamos seguros de que echando mano una vez más de sus múltiples recursos adivinatorios y de esa versatilidad que le ha permitido vivir con desahogo, con mucho desahogo, casi tanto como su desenvoltura, a costa de los presupuestos públicos desde los tiempos de la transición, sabrá apañárselas para darle a cada inmigrante lo que se merece. Tampoco debe inquietarse caso de no conseguirlo. Siempre puede ser nombrado director del IVAM a poco que se descuide.

Que no falte de nada

Creo que alguna vez lo dije, aunque no me gusta repetirme, por cortesía hacia el lector aburrido de novedades. Ningún núcleo dirigente de una sociedad más o menos avanzada de nuestro tiempo podría subsistir sin el consumo simultáneo de estimulantes y de tranquilizantes, así que, como era de esperar, el orfidal se toma con cocaína diluida en whisky escocés. O eso creen los que lo consumen. Y así como los soldados se lanzan al ataque ciegos de anfetaminas, los oficinistas de alto riesgo empiezan la semana diseminando restos de coca en el baño de la empresa, por lo cual la adicción involuntaria de las señoras de la limpieza arroja ya índices inquietantes para sus maridos de la construcción adictos al carajillo y para los niños que pronto empezarán con el valium. Y listillos como Szasz, Savater o Escohotado (por orden de aparición en escena) diciendo chorradas sobre la medicalización de la experiencia.

La tragedia del Centre Dramàtic

Se cumplen veinte años de la puesta en marcha del Centre Dramàtic de la Generalitat Valenciana, un acontecimiento crucial en su tiempo que nadie celebrará porque de todo aquello apenas queda nada. La gestión de Inma Gil Lázaro se ha caracterizado por su falta de gestión, delegando todo en quien siempre ha sido dueño y señor del invento, el todopoderoso jefe de producción, que pasa por ser el único que sabe algo de teatro en esa oscura casa. Ahora se cierra el Rialto por obras. Nadie lo echará de menos. Y no se sabe si seguirá usando L'Altre Espai en arrendamiento. Un Espai donde Carles Alfaro hizo su negocio, remodelando con subvenciones una nave de su familia y alquilándola después a los mismos que financiaron la remodelación. Otro lince.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_