Despreciar el pasado
De tanto en tanto, el Colegio de Arquitectos de Alicante lanza una advertencia sobre el futuro de la ciudad. La mayoría de las veces, el llamamiento tiene que ver con la amenaza de desaparición de un edificio o de algún resto de valor. Como Alicante se caracteriza por un desprecio casi absoluto por su pasado, las llamadas de atención de los arquitectos se suceden con frecuencia. Que sean efectivas es otra cuestión. La sensibilidad de las autoridades municipales hacia estos asuntos nunca ha sido muy elevada, lo que ha permitido cometer atropellos que no se habrían tolerado en otros lugares más civilizados que el nuestro.
Acaba de celebrarse la Semana de la Arquitectura y los técnicos han alertado del porvenir que espera a la estación de Madrid. De confirmarse las intenciones del Ministerio de Fomento, la estación de ferrocarril desaparecerá de su actual emplazamiento, para quedar soterrada. Es una cuestión técnica que no debería tener excesiva importancia. El problema es que el traslado parece comportar el derribo del edificio actual y de la estructura metálica que cubre el andén, un interesante ejemplo de ingeniera del XIX. Ante una situación semejante, en otras ciudades se ha encontrado un empleo alternativo que asegurara la conservación de estas construcciones. En Alicante -si hemos de guiarnos por la experiencia-, es probable que Fomento convierta la estación en un apetitoso solar que se disputen los promotores inmobiliarios.
Ante la situación, la pregunta que cabe hacerse es por qué el Ayuntamiento de Alicante no negocia con el ministerio un acuerdo que beneficie a la ciudad, como sería razonable. Me temo, sin embargo, que al Ayuntamiento de Alicante le traiga sin cuidado lo que pueda sucederle a la estación de Madrid. Con tal que la ciudad disponga de un moderno servicio de ferrocarril, lo demás carece de importancia para quienes detentan el gobierno municipal. Hablarles a estas personas de la necesidad de conservar la memoria, de mantener la imagen de la ciudad, o del respeto que debemos a quienes nos precedieron es, sencillamente, perder el tiempo. No se trata de una cuestión de sensibilidad, sino de interés. Para ser precisos, de interés comercial.
Nos equivocaríamos si pensásemos que la situación actual se debe en exclusiva al gobierno de Luis Díaz, del Partido Popular. De ningún modo. En este tema, Díaz se limita a seguir una tradición de fuerte arraigo en la ciudad. A lo largo del tiempo, la erradicación del pasado ha sido una constante en Alicante, que no es difícil documentar. Durante la reciente Semana de la Arquitectura, Joan Calduch ha indicado los edificios de importancia que se han perdido en la ciudad durante los últimos 150 años. La lista es impresionante. Puede decirse que la mayor parte de las obras de los arquitectos valiosos que tuvo la ciudad hace siglo y medio, han desaparecido y todo indica que el fenómeno continuará en los próximos años.
Cuando se produce un debate de esta clase, lo que en Alicante ocurre con frecuencia, suele argumentarse que la ciudad debe progresar. La idea del progreso está muy arraigada en el país, pues los políticos se han ocupado de que así fuera. ¿Qué sería de los políticos sin ella? Ahora, tal como lo entiende el alicantino -o se ha pretendido que lo entienda-, progresar supone siempre destruir lo anterior para edificar algo nuevo, no importa qué. Con esta fórmula, aplicada a discreción, es como hemos llegado a la ciudad actual, que tanta admiración despierta. Al negar cualquier valor al pasado, Alicante se ha negado a sí misma y quizá nazca de ahí la indiferencia que el alicantino muestra por su ciudad.
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