La última palabra
La exposición del Museo de Bellas Artes de Bilbao, que lleva por título Kiss Kiss Bang Bang. 45 años de arte y feminismo, se ve gustosamente, debido a la atmósfera envolvente creada con las mujeres como protagonistas fundamentales.
Aunque el enunciado en general es sumamente atractivo, existen algunos puntos que pueden ser discutidos. Uno de ellos se centra en el desequilibrio que hay entre las expresiones presentadas tanto en vídeos como en fotografías, y las realizaciones llevadas a cabo mediante técnicas pictóricas. Mientras las primeras poseen una aceptable entidad, las segundas son, en su mayor parte, de escasa calidad. A este respecto se recuerda que todo acto reivindicativo debe llevar aparejada una gran dosis de provocación progresista. Y el mayor acto provocador tiene su culminación en dar un máximo de calidad a la propuesta reivindicada. Medias tintas y poco relieve plástico se hallan lejos de cumplir función reivindicativa alguna.
Las reivindicaciones feministas hacen de la muestra un documento de singular interés
Otro punto discutible se refiere a la segunda parte del enunciado de la muestra, 45 años de arte y feminismo. Tal como está redactado parecen dos conceptos separables. Sin embargo, la realidad de lo mostrado se arroga una taxativa inseparabilidad, eligiendo a quienes se quiere presentar como campeonas del feminismo, excluyendo a otras mujeres que son creadoras de lo que entendemos como arte universal. ¿Por qué esa discriminación entre mujeres artistas?
A propósito del evento en cuestión, se echa en falta que los organizadores no hubieran formulado alguna referencia -del modo que fuera y en el lugar que fuera-, a una pléyade de mujeres artistas de notable crédito que ha dado el siglo XX. Como Suzanne Valadon, Natalia Goncharova, Sonia Delaunay o G. O'Keeffe, entre otras muchas. Todas ellas ayudaron a construir los cimientos de la mujer en el arte. De igual modo, entre nosotros viven artistas que, sin ser tan renombradas, desean aportar su granito de arena a las dos nobles causas que conforman un universo único: el arte y la mujer. Algunas de esas artistas nuestras están muy capacitadas y, según los hechos, sólo se contabiliza una entre un sinnúmero de foráneas. Por citar sólo dos nombres de una larga lista posible, me parece oportuno nominar a Esther Ferrer y Dora Salazar. De haber participado las dos en el evento, sus obras hubieran rayado a una altura considerable, superando con creces a no pocas de las concurrentes en la exposición.
Para terminar, se observa en determinados vídeos de la muestra un interés lésbico por erigirse en el todo absoluto, cuando no dejar de ser una parte de un ente más diverso, complejo y rico. De otro lado, la exhibición de algunos pasajes-secuencias-escenas de carácter escatológico, por demás zafio, se diría que pretenden convertirse en un rol marcadamente feminista, cuando, por el contrario, ese supuesto parece más bien corresponder a una órbita de raíz enteramente machista. Las mujeres tienen la última palabra, y todas las palabras que les fueron arrebatadas desde que el mundo es mundo.
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