Meritocracia o aristocracia
LOS VIENTOS de las hegemonías ideológicas contaminan la escena política entera. Y generan tópicos que nadie se ocupa de poner patas arriba. De un tiempo a esta parte, no hay dirigente político que, en campaña electoral, escape a la tentación de proponer una rebaja de impuestos. Es la consecuencia lógica de la asunción acrítica de un discurso que no deja de repetir que el Estado es un parásito de la sociedad, que la virtud está en la sociedad civil, que hay que reducir el Estado a sus mínimos y que la desregulación es el horizonte político de nuestro tiempo. Después, una vez ganadas las elecciones, la mayoría de las veces las reformas fiscales se retrasan, y si se rebaja algún impuesto, se sube otro para compensar. A pesar de las promesas, gobierno tras gobierno, la presión fiscal no cesa, especialmente en un país como España, que está todavía sensiblemente por debajo de la media europea.
Sometido a las altas presiones ideológicas del momento, el presidente Zapatero, pensando quizá que así escandalizaría a algunos sectores de la izquierda más irredenta, tuvo un día la brillante idea de decir que bajar impuestos es de izquierdas. La frase en sí no vale ni como eslogan. Y en cualquier caso es una ligereza contraria a la pedagogía democrática que se podría aspirar de un líder de izquierdas. ¿Izquierdas o derechas? Todo depende de qué impuestos se bajen y de qué se haga con el dinero recaudado. Porque el problema no es tanto los impuestos como los servicios que se dan con ellos. Si la ciudadanía recibe mucho a cambio de lo que paga, no tendrá interés en pagar menos. Si los servicios no le satisfacen y tiene que desplegar toda una línea complementaria de gasto para pagar lo que el Estado le debería dar a cambio de los impuestos, naturalmente se apuntará a cualquier rebaja, sin pensar siquiera a quién beneficia más. Porque una rebaja de impuestos que modifique el peso de la presión fiscal de modo que no caiga principalmente sobre los salarios sí sería una rebaja de izquierdas. Pero una rebaja de impuestos, como casi todas las que se hacen, que premie por encima de todo las contribuciones altas y las rentas del capital no es precisamente de izquierdas.
En este contexto de frivolización de la política fiscal, determinadas comunidades autónomas están utilizando los márgenes que la ley les confiere generando una competencia absolutamente desleal. El ejercicio tiene dos partes: la primera, bajar determinados impuestos, como patrimonio o sucesiones, obligando a los demás gobiernos autónomos a seguir por el mismo camino si no quieren pagarlo con fugas significativas de contribuyentes y con costes electorales. Pero la segunda parte, y más desleal todavía, es pedir a continuación, de tapadillo, al Gobierno central la financiación que con la bajada de impuestos pierden.
Todo un ejercicio de cinismo político, muy cortejado especialmente por comunidades gobernadas por el Partido Popular.
Este ejercicio de competencia barriobajera entre comunidades me parece especialmente lamentable con el impuesto de sucesiones. Éste es probablemente el más redistributivo de los impuestos. Como todos, es susceptible de reforma, para evitar casos de flagrante injusticia que se dan entre las clases medias y populares. Pero es innoble aprovechar esta casuística -por ejemplo, el caso, tantas veces utilizado, de los hermanos que han trabajado toda su vida en el bar familiar con su padre y que cuando éste muere tienen que pagar impuestos- para que todos, incluso los más ricos, dejen de pagarlo.
Desde los propios ideólogos de la derecha se nos ha vendido la sociedad meritocrática como gran panacea. Si quieren jugar a la meritocracia, al modo norteamericano, que no pretendan hacerlo con las cartas marcadas. Si el valor de referencia es el mérito, y es éste el que debe determinar los movimientos en la escala social, que cada cual se lo trabaje desde el primer momento y que nadie lo tenga todo resuelto por el simple hecho de nacer en una familia o en otra.
Ya son suficientes las ventajas que da pertenecer a una familia acomodada como para que además se les coloque en el punto de partida de la carrera con un motor trucado con una herencia impoluta.
Esto no es meritocracia, es aristocracia del dinero.
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