¡Ay, amor!
La Junta de accionistas de la Real ratificó al actual Consejo de administración, si bien lo hizo con un resultado ajustado, por una diferencia a favor de sólo 4.000 acciones. ¡Hay que ver lo que cuesta el amor! Ya no basta con amar los colores txuriurdines, sino que ese amor hay que cotizarlo para que sea efectivo. A mí la lectura de esa pasión cuantitativa me resultó reveladora. Vaya, me dije, esto es una sociedad mercantil que tiene sus accionistas, y aunque no conseguía entender qué clase de beneficios se podrían obtener invirtiendo en un equipo de fútbol, llegué a la conclusión de que haberlos, debía de haberlos.
Bien, un equipo de fútbol podía ser un negocio y había una serie de señores que invertían en él, supongo que con la intención de que resultara rentable. Lejos de ser una sociedad recreativa que fomentara el mens sana in corpore sano, o una sociedad filantrópica que sirviera para formar y promocionar a nuestros atletas con el objetivo de depararles un digno futuro profesional, un equipo de fútbol venía a ser algo así como una empresa en la que unos señores invertían su dinero con vistas a obtener algún tipo de beneficios. ¿Serían beneficios del corazón o beneficios crematísticos? Me fijé en la fotografía de los miembros del Consejo de Administración y el plantel expuesto no difería del que suelen presentar los consejos de administración de otro tipo de empresas, digamos las de electrodomésticos. La lectura de los currículos de algunos de sus miembros me confirmó además que, en efecto, eran gente vinculada al mundo de la empresa. ¡Ah, estupendo!
Si por sentimientos fuera, es muy probable que ella estuviera en la calle
Nada tengo que objetar contra el hecho de que un equipo de fútbol sea una sociedad mercantil. Es más, ese descubrimiento ha despertado mi curiosidad y me he decidido a recabar información por si me pudiera resultar rentable gastarme ahí unos dineritos. Quién sabe, tal vez ahora que la Real está en segunda sea el momento de invertir para recaudar luego en épocas más gloriosas. Ahora bien, lo que no estoy dispuesto es a invertir en beneficios del corazón o por la salud de un deporte que no me interesa lo más mínimo, y me dan muy mala espina los comentarios de los accionistas que recoge la prensa.
La presidenta del Consejo, por ejemplo, apela a no sé qué sentimientos, cuando a ella no han sido los sentimientos los que la han elegido, sino las acciones. Si por sentimientos fuera, es muy probable que ella estuviera en la calle. Pero también me sorprenden y desconciertan otros comentarios, que más parecen hacer referencia al equipo como si de una sociedad filantrópica se tratara, lo que no estimula precisamente mis ánimos inversores. Son comentarios que hablan de la cantera, o de la promoción de los canteranos, o de los jugadores extranjeros, seguramente para referirse a alguno de Albacete. Me digo que en una empresa nadie es extranjero, sino más o menos eficiente, y que una empresa ha de ser rentable, de forma que si los canteranos la llevan a la ruina tendrán que irse a trabajar a una cantera. La verdad es que tanta confusión me desalentaba.
Me pareció que en esa empresa algunos invertían muchos sentimientos y pocas acciones, otros mogollón de sentimientos y de acciones, y que los habría con muchas acciones y pocos sentimientos. Lo concluyente era, sin embargo, que las que decidían eran las acciones en nombre de los sentimientos, aunque era en estos últimos en los que se pretendía que recayera todo el beneficio.
Los resultados del amor -a los colores, a Guipúzcoa, a la patria o al vino de Rioja- se medían por 4.000 acciones, de donde deduje que se trataba de un mal negocio y que esa empresa se parecía más a la Diputación de Guipúzcoa que al BBVA, o sea, un exudado más de eusko soul, en el que el corazón se pone al servicio del negocio, con riesgo de caer en manos de cuatro avispados, un burdel del corazón. Fíjense, si no, en lo que nos contaban aquí hace unos días Genoveva Gastaminza y José Luis Barbería, todo ese potaje de impuestos, empresillas, inmobiliarias, yates, chalés y Euskadi en el corazón o cómo te quiero Felisa, un potaje mucho más complicado que la Fenomenología del Espíritu, al menos para quien esto escribe. Total, que unos señores que estaban donde estaban gracias al amor que todos debemos sentir por Euskadi, amor al que invocan de continuo y al que dicen personificar, se quedaban con nuestros dineros para invertirlos en Extremadura o en Murcia.
Lástima que no fuera allí donde tenían que volver a elegirlos -pues no dudo de que les hubieran agradecido los favores -, sino aquí. Y aquí, a diferencia de lo que ocurrió en la Junta de accionistas de la Real, no les valieron ni las acciones ni los sentimientos. En unas elecciones cuyos resultados honran a nuestra ciudadanía, el amor supo desentenderse de los desaprensivos. Y es que el cariño verdadero ni se compra ni se vende, aunque algunos no parecen dispuestos a aprenderse esta canción.
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