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Crónica:DEPARTAMENTO DE INTERÉS URBANO
Crónica
Texto informativo con interpretación

Apadrine una valla

Desconchada y coja, una triste valla blanca corta la calle del Correo, a espaldas de Sol. Su mensaje es claro: por aquí no se pasa. ¿Quién lo manda? Hay un camión de mudanzas cerca. "Yo no uso de ésas", dice el conductor con desdén. El tipo de seguridad de la cercana Consejería de Presidencia tampoco quiere saber nada. Los guardias civiles que escoltan la puerta trasera del Gobierno de la Comunidad dicen que ellos la mueven a veces, pero que suya, suya, no es. Al final, un empleado de mantenimiento municipal explica el entuerto: la valla es de la consejería, la usan los guardias civiles para cortar la calle, y hoy, feliz casualidad, facilita el trabajo al de la mudanza. Una valla promiscua, vaya.

No es la única. En la plaza de España los de la discoteca Arena le quitan las vallas por la noche al Ministerio de Administraciones Públicas para organizar la cola, siempre según el guardia ministerial, al que se le complican las mañanas poniéndolas de vuelta en su sitio. Madrid es el paraíso de la valla multifunción. Cualquier conductor sabe que en las obras, las vallas que protegen peatones por el día, guardan el aparcamiento a los obreros por la noche. Que tire la primera piedra quien no haya practicado el levantamiento nocturno de valla para conseguir sitio.

Tanto trajín no es sano y las pobres lo notan. Con la mala vida se les borra el pedigrí y la identidad. Nacieron con un color, una función y un dueño. En la comisaría de la calle Imperial hay un linaje de vallas nobles: amarillas con franja diagonal azul, como si fuesen condes o misses con banda. Sus oxidados colores dicen que dependen de Seguridad. "Creo que son los del parque de balizamiento quienes se ocupan de renovarlas", dice el agente de turno. ¿Será el parque otra entelequia?

La Consejería de Medio Ambiente es la única que da datos, a regañadientes, de sus vástagos metálicos. Sus 5.700 vallas azules se prestan gratis para todo tipo de actos públicos. Al mes, el ejército azul practica 25.000 movimientos. De verbenas en colegios a eventos estrella como la Cabalgata de Reyes, donde se movilizan 3.300 vallas que por un día salen en la tele.

También hay un libre mercado. Sólo en la empresa Elsan-Pacsa mueven 5.300 vallas. "Es una utopía saber cuántas circulan por Madrid", dice un portavoz. Cuidar el rebaño de hierro es complicado: "En las obras les hacen perrerías, los peones las pasan de una obra a otra; y hay robos". Vida media de una valla: menos de dos años. Luego se repintan y otra vez a la calle. En 2006, Medio Ambiente remozó unas 200 de las suyas. Un número insuficiente; no hay más que verlas. Para los casos terminales existe un cementerio en la Casilla de Campo, de acceso restringido y estadísticas secretas, donde las vallas públicas van a morir.

Las de plástico no son una solución, según los expertos. En Elsan-Pacsa defienden que las vallas ecológicas no se reciclan: "Cuando se rompen, hay que tirarlas en un vertedero específico. Las otras se reparan y, al final, te las compra el chatarrero". La valla amarilla, también valla peatonal, o "de tipo Ayuntamiento", se puede comprar y alquilar por Internet. "También disponible en otros colores", anuncia Inmava.com. Si se pone fino, el cliente puede optar por la valla New Jersey, más alta, "ideal para eventos musicales o deportivos".

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Por unos 0,15 euros al día, cualquiera puede tener su vallis comunis, plantarla en la calle y luego, negar que es suya. Porque, aunque un edicto municipal establece que toda valla de obra debe llevar un cartel que indique el nombre de la promotora y la fecha de comienzo y fin de la obra, regalamos un euro al que encuentre una valla con denominación de origen.

Lisiadas, indocumentadas, repudiadas por sus dueños y denostadas por conductores y peatones, las vallas de hierro se arrumban por las calles sin que nadie les preste demasiada atención, como un elemento más del paisaje. Dos metros y medio y 14 kilos de hierro que todo el mundo mueve sin consideración. No hay datos oficiales, pero si se pusiesen de acuerdo, en fila una detrás de otra, podrían recorrer los 1.500 kilómetros que las separan de Bruselas para ir a quejarse.

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