Sobre el huerto escolar
El 17 de junio este periódico publicó una carta en la que, demasiado apasionadamente, alentaba a la comunidad educativa del centro en que doy clases (en La Orotava) a que luchara por evitar la construcción de un aula sobre el huerto del colegio. No acerté -me temo- a plantear el asunto con la serenidad suficiente: no era mi intención hablar contra nadie -que me perdonen quienes se hayan sentido ofen-didos-, sino la defensa del huerto de los niños. Trato de hacerlo ahora, planteando el problema lo más sencillamente posible.
Hay dos espacios donde ubicar el aula de informática del colegio. Uno, anejo al edificio central, está ocupado por el huerto; el otro, a unos 30 o 40 metros de allí, junto al gimnasio, está cubierto de cemento y no se usa para nada. Veamos los argumentos que se oyen a favor y en contra de construir sobre el huerto (o sobre parte de él, que a efectos prácticos es lo mismo). A favor: 1º El aula de informática quedaría muy cerca del resto de las aulas. 2º Resultaría más barato el cableado necesario para su equipamiento. 3º Sin huerto, los niños y el colegio se ensuciarían menos.
En contra: 1º Los alumnos se verían privados de una serie de actividades que, por amplio consenso, se consideran beneficiosas. 2º Al añadir un nuevo módulo se perdería un espacio abierto al aire y a la luz, un bien del que disfrutamos todos los miembros de la comunidad educativa. 3º Es una operación irreversible.
De todas formas, tengo la impresión de que la batalla está perdida, porque decisiones como ésta ni nacen del sentido común de la gente, ni dependen de nadie en concreto. Más bien se asumen como un destino inexorable, como una ley que bien podría expresarse así: un trozo de tierra se concibe como un terreno, un terreno es prácticamente un solar, y un solar está destinado a desaparecer debajo de cualquier edificio. Para invitar a la reflexión contra la locura edificatoria de nuestro mundo (no contra nadie), hablaba estos días en defensa del huerto de los niños del colegio San Agustín.
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