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Tribuna:LA IMPLICACIÓN DE LOS JÓVENES EN LA UNIVERSIDAD | APUNTES
Tribuna
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Participación

Cada vez que tiene lugar un proceso electoral, se analizan y se interpretan con mayor cuidado los datos correspondientes a la participación de los ciudadanos. Si se dejan al margen las valoraciones partidistas de las cifras, la respuesta de los votantes permite a menudo extraer conclusiones respecto a la "salud social".

En los últimos tiempos, el interés por las urnas ha sido muy dispar, de una a otra geografía, de uno a otro tema. En el referéndum para la ratificación del nuevo Estatuto andaluz, se atribuyó a las posiciones coincidentes de la izquierda y la derecha la inhibición de casi dos tercios de los votantes. Lo mismo pudo argumentarse en la, ahora obsoleta, ratificación de la Constitución Europea, aunque entonces los conservadores mostraron sus habituales tics de poco apego por la causa europeísta, como ha sido su norma permanente de comportamiento en la historia, de la que Aznar es símbolo y estandarte. También la revisión de los índices distintos de votación según las tendencias ideológicas (movilización de la derecha, apatía de la izquierda) o la ubicación territorial permite que se puedan con suficiente rigor interpretar los resultados de las elecciones municipales y autonómicas recientes. Sin embargo, el dato de participación más relevante corresponde a las elecciones presidenciales francesas, pues de forma masiva, más del 85%, los pobladores del otro lado de los Pirineos han vuelto su mirada a la política como mejor receta para la solución de los problemas que aquejan a Francia en el último decenio.

La universidad debe tener entre sus objetivo transformar adolescentes en ciudadanos activos e inquietos

El debate sobre la participación de los ciudadanos en la política es recurrente, con flujos y reflujos cíclicos de apasionamiento e indiferencia. Pero en el presente algunas tendencias sociales lo hace más atractivo. Se dice que de forma creciente cada uno "va a lo suyo", y sólo a lo suyo, con mayor descaro, que lo individual prevalece sobre lo colectivo con mayor rotundidad de día en día. ¿Es un camino de no retorno?

A menudo, se resalta al desapego de las generaciones más jóvenes por las cuestiones políticas. Algunos mencionan como algo inevitable su distanciamiento y con ese convencimiento se cae en una trampa o se hace trampa: ¿a quiénes conviene que la juventud no se preocupe por el funcionamiento de los asuntos públicos? ¿Es posible la "construcción social", sin mayor implicación de las generaciones jóvenes en las cuestiones públicas?

Los graves problemas emergentes respecto a la futura cohesión social, la marginación de amplios colectivos con escasa formación, la integración de minorías asociadas a los procesos migratorios son razones que avalan la reflexión política, sobre cómo atajar las debilidades sociales, empezando por las desigualdades entre unas personas y otras, en formación, en vivienda o en el acceso a nuevas oportunidades laborales.

El aprecio por "lo público" se relaciona con el sentimiento de idealismo, mientras que la prevalencia abusiva de "lo privado" con el de pragmatismo. Si esta distinción se hace en el caso de los jóvenes, de manera inmediata el análisis se orienta hacia cuestiones educativas. La implicación o la inhibición, el compromiso o la indiferencia tienen mucho que ver con la formación que reciben las generaciones más jóvenes en su paso por la escuela o la universidad. No sólo sobre en qué se educan sino, también, cómo se educan. Que su aprendizaje sea más activo o más pasivo no es ajeno a que participen posteriormente en los procesos electorales en mayor medida.

La participación de los estudiantes en la vida de sus universidades trasciende el hecho de que asistan a clase o aprueben sus exámenes. Produce no poca envidia a los europeos ver cómo es habitual en los campus norteamericanos que aquellos universitarios se implican en la vida cultural de su institución, colaboran en la cogestión de recursos y servicios universitarios -algunos hallan así el modo de poder obtener medios para sufragar sus matrículas o su residencia- e, incluso, ayudan en tareas docentes cuando alcanzan los últimos cursos. Tienen los jóvenes americanos un sentido de pertenencia a su universidad del que carecen los europeos, y de forma acentuada los españoles.

La participación de los estudiantes en tareas escolares debe ir más allá de que sean simples alumnos pasivos que escuchen a los profesores y reproduzcan sus ideas cuando son evaluados. La formación memorística, pasiva o impersonal limita grandemente las expectativas vitales posteriores. A los jóvenes no sólo hay que formarlos en una profesión determinada, también hay que hacerlo en los valores que sustentan la ciudadanía activa, en la profundización de la democracia y en el respeto a la diversidad.

Hacer que los jóvenes en sus años estudiantiles se comprometan con el entorno social y los intereses colectivos no es una idea nueva. En un Congreso de la Unión Federal de Estudiantes Hispanos, celebrado en 1931, se decía que "la misión educadora de la universidad no acaba en el estudiante: debe difundirse al pueblo y es preciso que el mismo estudiante comprenda esta necesidad y extienda la cultura que de ella recibió". Con lenguaje de hace tres cuartos de siglo, la idea subyacente es la misma que ahora se recoge en la reforma aprobada recientemente de la LOU. La elaboración de un estatuto del estudiante no debe limitarse a cuestiones académicas tradicionales sino ser atrevida, con la incorporación del aprendizaje activo y la participación de los alumnos en el devenir y la gestión de los campus.

La universidad como suprema instancia educadora tiene (o debe tener) entre sus objetivos prioritarios la transformación de los adolescentes en ciudadanos activos, inquietos, formados en valores europeos, el laicismo y la democracia participativa. Lo hará posible si, a la vez, pretende ser la voz que se escuche con timbre crítico ante los escándalos medioambientales o urbanísticos, por ejemplo. Por decirlo en palabras de Miquel Martínez "la universidad posee la responsabilidad en la formación de personas entrenadas y convencidas de que deben implicarse en proyectos colectivos y de que deben procurar el bien común además del bien particular". Claro que ello obliga moralmente, en mucho, a los profesores pues como decía Freinet no podemos preparar a nuestros alumnos para que construyan mañana el mundo de sus sueños, si nosotros ya no creemos en esos sueños.

Francesc Michavila es catedrático y director de la Cátedra UNESCO de Gestión y Política Universitaria de la Universidad Politécnica de Madrid.

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