La verdadera historia de la agricultura
Repasando tratados o currículos académicos de cualquier universidad del mundo que aborde temas agrícolas o ganaderos encontramos siempre una coincidencia: los avances tecnológicos o científicos que se han producido (que han sido muchos) han tenido como objetivo básico aumentar los rendimientos (bien mayor productividad, bien menores costes) y facilitar el trabajo de las personas dedicadas a la agricultura y la ganadería. Dos objetivos muy loables.
Yo, leyendo a Ramón Fernández Duran, sostengo una teoría complementaria. La historia de la agricultura ha sido y sigue siendo la obsesión por la reducción de los costes de gobernabilidad. Es decir, disminuir el número de personas dedicadas a la agricultura (la fuerza de trabajo) y mantener a estas personas, campesinas y campesinos, lo más distanciados posible de la toma de decisiones. Por primera vez en el planeta, la mitad de la población humana vive ya en zonas urbanas y en Cataluña la población activa dedicada a la agricultura no alcanza el 3%.
El 'progreso agrícola', a la vez que desplazaba mano de obra para los procesos capitalistas industriales, introdujo avances que dejaban a los campesinos sin control sobre los recursos productivos
El asentamiento de las primeras poblaciones humanas se acompañó hace 10.000 años de la domesticación de las plantas; después llegó la domesticación de algunos animales -ovejas, cabras, etc.- para el consumo de sus productos y la domesticación de animales para trabajos pesados, como arar los campos. Regía el interés de producir alimentos para una población en crecimiento que progresivamente fue sustituido por el de producir beneficios económicos. Donde había trabajadores agrícolas se sustituyeron por esclavos, donde no había fuerza de trabajo se importaron esclavos. Gran avance en la agricultura: al igual que los animales de tiro, trabajaban a latigazos y sólo recibían algo de comida. En nuestros días la práctica se mantiene igual de eficiente, como los magrebíes o las mujeres de Europa del Este que trabajan en la campaña de la fresa en España o las mujeres bolivianas esclavizadas en las grandes plantaciones de viña en Chile.
Si la fuerza de trabajo humana siempre podía representar problemas de sublevación, reclamaciones de sus derechos, etc., la sustitución de la misma por maquinaria y tractores era una buena solución. El progreso agrícola, a la vez que desplazaba mano de obra para los procesos capitalistas industriales, siguió introduciendo avances que dejaban a los campesinos sin control sobre los recursos productivos. La fertilización artificial sustituye a la fertilización natural. Los campesinos han de comprar los fertilizantes y abonos químicos a las empresas igual que han de comprar recambios o combustible para sus tractores, en lugar de hacer uso de la fertilización natural de los animales o su fuerza de tiro, recursos que estaban en manos de los propios campesinos. El mejoramiento de las semillas durante la llamada Revolución Verde (y ahora las semillas transgénicas) puede leerse desde la misma óptica: desposeer a los agricultores del control sobre sus propias actividades. Poderlos gobernar. Las semillas -regalo de la naturaleza- ya no las reproducen e intercambian los campesinos; se han privatizado.
Y, por último, en la era de la globalización, del mercado único, de la competitividad, de la desaparición de aranceles o regulaciones, la agricultura capitalista, en manos ya de muy pocas empresas, juega con los territorios agrícolas para disminuir también todo lo posible los costes de gobernabilidad. Se deslocaliza la producción o procesamiento de alimentos a los países del Tercer Mundo donde la mano de obra sin apenas derechos laborales es, de nuevo, fácil de gobernar, fácilmente domesticable. Como domesticados estamos cada vez más todos los consumidores (cada vez con menos opciones para escoger y saber qué es lo que nos llevamos a la boca) si no se frena el avance de una agricultura industrializada y uniformada que ha desplazado sus objetivos esenciales de asegurar alimentos sanos para todos los hijos del planeta, para alcanzar, eso sí, clasificaciones y cotizaciones económicas de primera magnitud.
Gustavo Duch es director de Veterinarios sin Fronteras.
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