El regreso de los Krajicek
Michaella, hermana del ganador de 1996, sorprende al llegar a octavos
Cuando Daphne Deckers, toda una chica Bond, se encontró a un señor malencarado en el jardín de su casa, pensó que era un ladrón. Quiso llamar a la policía. Y, sin embargo, tuvo la buena idea de llamar a su marido. "Es mi padre", le tranquilizó Richard Krajicek, holandés de origen checo y campeón de Wimbledon en 1996. Petr, su padre, un señor con fama de controlador, se había enterado por la prensa de que su hijo quería hacer las paces. Por eso apareció en el jardín de su mansión de Muiderbeg, cerca de Amsterdam. Por eso le habló de su nueva familia, de su nueva vida tras divorciarse de su madre. Y por eso, desde entonces, Richard también vigila la prometedora carrera de Michaella Krajicek (Holanda, 1989), su hermanastra, número 45 del mundo y revelación de Wimbledon.
Michaella, que jugará los octavos de final contra la estadounidense Laura Granville, está enamorada del torneo de Londres. "Es mi favorito. Tiene una atmósfera especial", cuenta. La holandesa siente Wimbledon como algo propio. Cada vez que camina hacia la pista central se encuentra con el cuadro de honor. Ahí, inscrito en letras doradas, está el nombre de su hermano. Y ahí, si lo permiten las hermanas Williams, Justine Henin o Amelie Mauresmo, las grandes favoritas, quiere inscribir ella el suyo.
Hasta que lo consiga, Michaella vivirá perseguida por la sombra de dos hombres. La de Richard le acompaña desde que golpeaba con una bola una pared de su casa mientras veía por la televisión cómo su hermano ganaba en Wimbledon. Y la de su padre, que es su entrenador, le sigue a todas partes desde que se hizo profesional.
Los choques entre el exigente Petr y su hija han sido pronosticados como inevitables. Las jugadoras no pelotean entre ellas en los entrenamientos como en el circuito masculino. Al otro lado de la red casi siempre hay un hombre.
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