Lecciones de simpatía
A veces, una película imperfecta, más banal que profunda a pesar de sus intenciones moralizantes, se sostiene gracias a la química existente entre, más que personajes, sus intérpretes.
Éste es el caso de Mi mejor amigo, fábula sobre la amistad dirigida por el veterano Patrice Leconte, donde Daniel Auteuil y Dany Boon despliegan naturalidad y seducción a pesar de que el guión escrito por el propio Leconte (acompañado por Jérôme Tonnerre y Olivier Dazat) haga aguas por demasiados de sus flancos, sobre todo en su primer tercio. "Siempre fuiste un mierda; desde pequeño". Para que una frase semejante, pronunciada por un supuesto amigo de la infancia, no acabe con la moral de una persona, para que no le destroce sentimentalmente durante al menos un tiempo, sólo existe una explicación: que siga siendo un mierda. Como el protagonista de Mi mejor amigo, uno de esos aparentes triunfadores de la vida, a los que en un determinado momento de su autosuficiente existencia les es difícil solicitar ayuda sincera, simplemente porque no se vislumbra nadie capaz de ofrecérsela.
MI MEJOR AMIGO
Dirección: Patrice Leconte. Intérpretes: Daniel Auteuil, Dany Boon, Julie Gayet, Julie Durant. Género: comedia. Francia, 2006. Duración: 94 minutos.
Sobre esa base, la película se asienta en el choque de identidades entre un egoísta malencarado que quiere aprender a ser simpático y un charlatán que anda por el árido asfalto con la sonrisa puesta. Una suerte de película de colegas (buddy movie) a la francesa, en la que Leconte ya tiene experiencia gracias a filmes como El hombre del tren (2002). Sin embargo, hasta llegar a tal encuentro, el guión parece lleno de costurones mal trabajados, de situaciones forzadas que no resultan admisibles ni siquiera en formato de cuento. Eso sí, (des)hilvanadas unas con otras, la historia llega al chispazo que le da sentido.
El excelente trabajo interpretativo, unido a un par de buenas ideas, provoca que, poco a poco, ayudada por un costumbrismo ciertamente eficaz, la película se eleve por encima de sus defectos. Pero conforme se acerca su parte final, una cuestión comienza a retumbar en su engranaje dramático: ¿por qué la parte simpática de la historia tampoco tiene verdaderos amigos? Una pregunta desperdiciada por Leconte y sus guionistas, que la pasan por alto simplemente porque no era lo que querían contar.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.