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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

René de la Cruz, actor

Trabajó con Tomás Gutiérrez Alea y José Luis García Sánchez

Hay personajes redondos que trascienden a un actor y se instalan en el imaginario de una generación y un país, convirtiendo a su intérprete en carne del mito al que dio vida. Eso le pasó a René de la Cruz con Julito, el pescador, serie emitida por la televisión cubana en los años ochenta que todavía hoy emociona en la isla. René, un actor hecho a sí mismo a fuerza de intuición y voluntad, y Julito, un humilde hombre de pueblo infiltrado en Estados Unidos como agente encubierto, tocaron la fibra sensible de Cuba y juntos, en la pantalla, se hicieron héroes los dos. Por eso, cuando la televisión informó el lunes a mediodía que René de la Cruz había fallecido a los 75 años, víctima de un cáncer, muchos cubanos comentaron: "Ha muerto Julito, el pescador".

Nació en 1931 en Sancti Spíritus, tierra de montañas y buenos gallos de pelea, donde, según sus propias palabras, sólo tuvo "un poquito de camisa, un poquito de pantalón y casi nunca zapatos". En los años cincuenta, René de la Cruz viajó a La Habana a probar suerte, y empezó a trabajar por unos pocos pesos en una tintorería. Un día acompañó al hermano del dueño a ver cómo se hacía un programa de radio, y desde entonces se enroló en el desafío de "ser otro".

Comenzó cubriendo una vacante en la radioemisora COCO, pero pronto pasó a las tablas, por primera vez en la Sociedad Artística Gallega. Sin formación académica pero con un don natural arrollador, René de la Cruz se hizo actor por cuenta propia en los escenarios, y de qué forma. Protagonizó como nadie los papeles del cubano de pueblo, ingenioso y choteador, de buenos sentimientos, como él mismo era. Pero su madera de intérprete trascendió la faceta de la cubanía, y en el gremio todavía se le recuerda por sus papeles magistrales en Arlequín, servidor de dos patrones, de Carlo Goldoni, y en obras como El carrillón del Kremlin o El rojo y el pardo, cuando trabajaba en el Teatro Político Bertolt Brecht, del que fue fundador.

René de la Cruz era sobre todo un hombre de teatro, pero además del actor brillante que fue, consagrado en obras clásicas de la isla como Andoba o Réquiem por Yarini, está su impronta como impulsor del teatro cubano en la etapa revolucionaria: en los setenta, fue fundador del Teatro del Tercer Mundo y después del Bertolt Brecht. Como director llevó a escena, entre otras, Cañaveral, de Paco Alfonso, y El ingenioso criollo don Matías Pérez, de José R. Brené. En el cine, su primer papel fue en Nuestro hombre en La Habana, del británico Carol Reed, donde realizó una pequeña aparición junto a Alec Guinness. También actuó en el primer largometraje revolucionario, Historias de la revolución, del desaparecido Tomás Gutiérrez Alea, y en Memorias del subdesarrollo, el filme más famoso del cine cubano, del mismo director. En los noventa, participó en la coproducción hispano-cubana Tirano Banderas, bajo la dirección de José Luis García Sánchez, junto a Juan Diego. Figura imprescindible del cine, la radio, la televisión y el teatro cubano, René de la Cruz logró lo más difícil en su profesión: atrapar a un país y a sus gentes, para siempre.

René de la Cruz (izquierda) recibe de manos del ministro de Cultura cubano, Abel Prieto, el Premio Nacional de Teatro en enero de 2007.
René de la Cruz (izquierda) recibe de manos del ministro de Cultura cubano, Abel Prieto, el Premio Nacional de Teatro en enero de 2007.EFE

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