Anteayer, ayer, hoy
Anteayer soplaba el viento recio de tierra. Caliente, polvoriento, cegador. Valencia resplandecía al sol mediterráneo mientras los guerreros del mar velaban armas. Ambos bandos satisfechos con el daño causado al contrario. Ambos con una jornada victoriosa a sus espaldas. Ambos sabedores de que aquello no duraría. No podía durar. Llegó la noche y el viento arreció. Esta vez traído por el mar. Racheado, frío, húmedo. Algo estaba cambiando...
Ayer por la mañana el cielo estaba encapotado. Gris plomizo. Nubes altas no dejaban ver el sol. ¿Qué ocurría? Camino de la regata, unas gotas me mojaron la cara. ¿Lluvia en Valencia a finales de junio? Pregunté a los hombres de la mar y el veredicto no se hizo esperar. ¡Habrá sol y viento!, 12 o 13 nudos y olas de metro y medio. No me lo creía. Oteando el horizonte, dudé de que se navegara. Pensé que el viento sería la mitad de lo anunciado. Al sol no se le veía por ninguna parte. Llegaron las tres y el viento, como el rey, ni estaba ni se le esperaba. Y finalmente...
El viento se llevó los algodones. A las cinco de la tarde. Y como en el poema, hubo cogida y muerte. ¡Más aún! Lucha, campanas, silencio, sudor, huevos, flautas, agonía y gentío.
Ventajas estrepitosas y pérdidas abisales. Vuelcos de corazón, risas y caras largas. Tensión a raudales. Rumbos insostenibles. Se repartieron las suertes y todos tuvieron mano. Ambos fueron ganando y perdiendo. ¿Qué estaba pasando? El viento no entiende de corazones. Desdeña las fortunas y el intelecto. Desprecia el arrojo y el valor. Da y quita. Impone y rompe todas las reglas. Construye a sus héroes y ahoga a sus presas. En fin, la regata más emocionante que he visto jamás. Por lo demás, el futuro incierto. Como el viento suave que ama los kiwis o la brisa que prefiere a los suizos. Pero eso fue anteayer, ayer. El hoy está por descubrir.
Luis Sáenz Mariscal es abogado del Luna Rossa, finalista de la Copa Louis Vuitton.
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