El paraíso a cambio
Ni infiernos en la niebla (como escribió el poeta Blas de Otero) ni paraísos perdidos y hallados en un hipermercado, en un megamercado como el que en Barakaldo sustituye a las viejas industrias del metal. Tras el telón de acero hubo infiernos más hondos que el de cualquier empresa siderometalúrgica de la margen izquierda del Nervión, infiernos entre la espesa niebla del gulag que el poeta vasco no quiso o pudo ver. Infiernos necesarios, según creyeron muchos durante mucho tiempo, para alcanzar el paraíso en la tierra. Si la Iglesia de Roma tiene la fe, le decía el poeta bilbaíno a un amigo mientras paseaban juntos a finales de los años cuarenta por la villa todavía fabril, Stalin tiene la caridad. Los poetas comunistas de entonces creían en las virtudes teologales como los poetas de ahora creen en Chus Visor.
El paraíso no estaba en un alto horno, es verdad, pero tampoco está en ese poblado de hormigón y deprimentes luces de colores que han puesto en Barakaldo y han bautizado como Megapark. Algunas de las grandes superficies vizcaínas más importantes han estado de huelga la semana pasada. Otras lo estarán pronto. El paraíso del libre marcado también tiene sus sombras, al menos a tenor de lo que dicen los representantes sindicales de ELA, LAB, UGT y USO. Cortos sueldos y largas jornadas, además de contratos precarios, es decir, empleo de muy baja calidad. "Nos han vendido que tras el cierre de las grandes industrias los centros comerciales iban a ser el motor económico de Barakaldo", explicaba a un periódico una representante del sindicato ELA, "pero la realidad es que las conquistas sindicales que alcanzaron nuestros padres en la fábrica se las están cargando estas grandes estructuras". En Megapark, según las mismas fuentes sindicales, hay empleados a media jornada que perciben un sueldo de 345 euros. Ser mileurista es un sueño inalcanzable para muchos trabajadores jóvenes.
El salario real medio -leo en este periódico- ha bajado un 4% en 10 años pese al fuerte crecimiento económico. El paraíso es caro, pero siempre tenemos la posibilidad de comprárnoslo a plazos. Eso es lo que nos dicen. Sin embargo, el retroceso del poder adquisitivo es una realidad, aunque como compensación tenemos la certeza de que a los millonarios de nuestro país, que cada vez son más, les resulta materialmente imposible o muy difícil gastarse su dinero fácilmente ganado. Las rentas derivadas del capital (es de dominio público y, por tanto, no hace falta estudiar economía para afirmarlo) crecen más y más rápido que las del trabajo. ¿Cuánto ganan los bancos y cuanto empleo generan? ¿Generan más empleo cuanto más beneficio producen? Todo parece indicar que el problema radica en la desproporción. Es lo que pasa con los paraísos.
El paraíso tiene manillar, tiene forma de moto, es una moto que te quieren vender. Una moto con cuernos. Desde que naces te la están vendiendo, te la están ofreciendo si haces esto y si no haces lo otro. Siempre el paraíso a cambio. Siempre a cambio de algo. El paraíso de la religión, el de los comunismos y fascismos, el del libre mercado. Pero el paraíso está, como escribió hace tiempo Vargas Llosa, "en la otra esquina". Siempre está en la otra esquina, en la otra margen. Cuando los poetas creían en las virtudes teologales y en la Rusia de Stalin el paraíso estaba en la margen izquierda del Sena, no a la orilla del Neva. Y cuando Blas de Otero describía Altos Hornos como un infierno el paraíso estaba no en Moscú, sino en la orilla opuesta de la Ría, en la margen derecha, es decir, en Neguri, donde lo levantaron los plutócratas para su uso privado.
En 2007, cada vez que llenamos el depósito de nuestros automóviles, en Dubai montan una estación de esquí en medio del desierto. Allí está el paraíso. Allí está el mundo en venta para quien tenga la suficiente pasta y se pueda comprar alguna de las islas artificiales con nombre de país que ofrece una inmobiliaria. Cuentan que Rod Stewart ha adquirido la isla de Gran Bretaña. España, al parecer, no ha encontrado comprador todavía (¿a qué espera el Gobierno de Ibarretxe?). Son paraísos de pega, como todos. El paraíso comunista estaba lleno de males necesarios y ahora nos muestran la precariedad y hasta el abuso como algo imprescindible para alcanzar el paraíso del libre mercado, que consiste (parece) en consumir hasta consumirnos.
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