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Reportaje:

El gran tesoro

Está ahí abajo. A más de 100 metros de profundidad, bajo un círculo de cinco millas de radio frente al condado de Cornualles, a unas 40 millas del fin de las tierras británicas. 49º 25' Norte, 6º Oeste. Una latitud y una longitud para viajar donde las crónicas del otoño de 1641 dicen que se hundió el Merchant Royal, también llamado El Dorado de los Mares, un navío legendario entre los cazatesoros y los aficionados a los naufragios, conocido por encerrar en su interior un cargamento fabuloso: 100.000 lingotes de oro, 400 barras de plata, casi medió millón de piezas de a ocho, joyas y las fortunas personales de la tripulación. Los más aventurados se atreven a cifrar su valor en los 300 millones de euros. Algunas hipótesis aseguran que se trata de oro español.

"Me encontré con Stemm hace dos años. Le pregunté si buscaba el barco y me dijo que sí"
"El bizarro navío naufragó a 10 leguas de Land's End el 23 de septiembre de 1641 con un magnífico tesoro"
Siete insensatos bajan a la bodega para forzar un cofre y tratar de escapar con el botín. Nunca salen
El autor anónimo controlaba los registros para saciar la sed de noticias de los londinenses
"Un naufragio como éste debería haber dejado un rastro mucho más claro", asegura Ángel Alloza

Y aquí empiezan los problemas de la historia. Los únicos que podían estar detrás del rescate del Merchant Royal son los estadounidenses de la empresa Odyssey Marine Exploration, puntera en la búsqueda de barcos hundidos y que mantiene desde mayo una pugna con las autoridades españolas por la identidad de otro barco, sin relación con el Merchant Royal, encontrado frente a la costa sur de España y del que todavía no ha revelado su nombre, pero sí el botín: 500.000 monedas de plata.

Calderilla en comparación con el tesoro del Merchant Royal. Odyssey no ha anunciado aún el descubrimiento de este barco, pero ya ha recibido los permisos de un tribunal de Florida para extraer "un pecio del siglo XVII, a una profundidad de 100 metros fuera de las aguas territoriales de cualquier país, aproximadamente a 40 millas de Land's End, cerca del Canal de la Mancha", zona donde se hundió el barco. Por si acaso, España ha interpuesto una acción civil en los Estados Unidos en la que reclama cualquier posible derecho sobre lo encontrado en esa demarcación.

La teoría que daría derechos a los españoles sobre este tesoro se sustenta en los cuatro años de viajes a las Indias que el Merchant Royal hace al servicio del rey Felipe IV. Son años de paz entre Inglaterra y España y las colaboraciones entre los respectivos gobiernos son frecuentes. Después de ese periplo el Royal regresa a Cádiz cuando se incendia otro buque español, de cuyo nombre no ha quedado constancia, y que transportaba una enorme suma en lingotes y monedas de oro pagar a los soldados españoles que combatían en los tercios de Flandes. Según esta versión, el capitán del navío, el inglés John Limbrey, se ofrece entonces a llevar el dinero y se hace con el encargo. De camino a Flandes, cuando se aproxima al Canal de la Mancha, el buque se hunde tras una terrible tempestad.

De ser cierta, la versión dejaría claro que España podría reclamar derechos sobre la carga. Otras investigaciones apuntan más bien a que el barco se había liberado ya de su contrato con España. Hay demasiados puntos oscuros y contradictorios.

Vayamos por partes.

El único texto difundido hasta la fecha sobre El Dorado de los Mares es una pequeña joya del periodismo sensacionalista de la época. Un folleto anónimo de cinco páginas, escrito semanas después del desastre por alguien con muchos deseos de dar noticias y pocos de pasar a la posteridad. Para los historiadores es una suerte que a alguien le diese por relatar la mala fortuna del buque y, aún más, que a un vendedor de libros londinense de la época llamado George Thomason le diera por coleccionar meticulosamente miles de folletos sobre los sucesos de aquellos años.

Esos textos, conocidos como los papeles de Thomason, se conservan hoy en la Biblioteca Británica y han servido entre otras cosas para que muchos expertos investiguen la Guerra Civil Inglesa (1642-1651) que enfrentó a los parlamentaristas y a los realistas seguidores de Carlos I un año después de que el Merchant Royal se fuera a pique. "Convengamos en que el arte de la navegación", dice el panfleto "no debe ser menospreciado; los reinos y estados se enriquecen gracias a él. Los frutos que otras tierras producen se benefician siempre de este arte, y con este arte de navegar el oro y la plata recibimos de las Indias exquisitos satenes y sedas de otros climas. Excusemos por el momento la alabanza de este famoso arte, merecedor de loa y admiración, y contemplemos ahora un objeto de pena, y lloremos la pérdida de nuestros hermanos como si la nuestra fuera". Sea el panfleto una fiel reproducción de los hechos o producto de las pretensiones literarias de un exagerado, lo cierto es que, por ahora, es de lo poco que existe para contar la "pérdida del bizarro navío Merchant Royal, que naufragó a diez leguas de Land's End, en la noche del Jueves 23 de Septiembre de 1641, llevando consigo un magnífico tesoro, tal y como se verá en la siguiente historia".

Ahí va.

"Tristes Nuevas de los Mares"

Cuatro años después de haber zarpado de Inglaterra con destino a las Indias occidentales al servicio del rey de España el Merchant Royal regresa a Cádiz. Es un mastodonte de 700 toneladas, 36 piezas de artillería y 80 marineros. Su capitán es John Limbrey, un emprendedor hombre de mar dispuesto a hacerse con cualquier negocio que le reporte beneficios a él y a los cuatro armadores londinenses propietarios del buque. Al llegar a Cádiz, el Merchant es "despojado de su oficio" y se embarca en un nuevo proyecto para llevar una nueva carga a las islas de Mallorca. La mala suerte de otro barco en Cádiz será a la postre la que marcará el fatídico destino del Royal. "En tanto, había ocho galeones en el puerto de Cádiz, de los cuales uno fue consumido por un pequeño incendio y, desprendido de sus amarras, descargó todo su armamento y ardió por tres días y tres noches...".

Limbrey es enviado entonces de vuelta a Cádiz para hacerse con la carga y llevarla a las Indias. "Tras obedecer el mandato del Rey, este navío inglés llevó consigo a la flor de los gobernadores, comandantes y nobleza, de lo que se inducía gran beneficio para los ingleses, tanto en navegar en aquesta dirección, como en traficar y regresar a sus casas con rica mercancía y ricos pasajeros y esperanzados en tan preciosa carga hicieron los ingleses un largo viaje". El barco regresa a Cádiz y se demora unos meses para prepararse rumbo a casa. Un nuevo buque les acompaña. Se trata del Dover Merchant, comandado por el capitán Legend, más prudente que su compañero del Royal y en cualquier caso con una nave de menor tamaño (400 toneladas) y 28 piezas de artillería.

Unos días antes del nefasto jueves, empiezan las complicaciones. Las heridas que la estructura del barco ha ido adquiriendo con el paso de los años no han cicatrizado del todo. Los balances del barco en un mar crespo comprimen el esqueleto del buque hasta abrirle una hendidura en su casco. El capitán Legend no está satisfecho con el rumbo de su compañero e indica al timonel otro ligeramente distinto al de Limbrey para escapar de la que le viene encima. Desde su posición, no demasiado alejada, observa prudente la batalla del Royal con la tempestad. La cosa no va muy bien en su cubierta. Los vientos amenazan con descuajaringar la nave mientras los marineros se apresuran a sujetar todo lo que se mueva en el buque. En la sentina, los hombres de Limbrey tratan de achicar el agua que se les está colando. Es de noche y el trabajo con dos achicadores se hace más complicado. Ambos se rompen. Los marineros consiguen arreglarlos pero para entonces ya es demasiado tarde. Cuatro pies de agua inundan el interior del Royal.

Unos treinta marineros suben a una barcaza, cortan las amarras y llaman al capitán para que salve su vida. Limbrey tiene la tozudez imaginable en un hombre de su rango y se niega; ofrece su puesto a un mercader más cabezota todavía. El hombre rechaza la oferta. Que no, vaya, que ha sudado lo suyo para amasar una fortuna de 10.000 libras en España, y que no la abandona por nada del mundo. Su vida le parece mucho menos valiosa. Con un ojo en la ruinosa barcaza, sin remos, velas ni mástiles y repleta de marineros, y el otro en el mercader, Limbrey recurre a la ironía para demostrar que puestos a ser british no hay quien le gane y sugiere que no van a estar mejor los de la barca. O sea, que todos al fondo. "En tan desesperado lance, espiaron una luz en la lejanía a la que dispararon treinta piezas de cañonería, y resultó ser el capitán Legend que, a la vista de las tribulaciones del Merchant Royal , había regresado para socorrerles".

En esos instantes, el Merchant se hunde. Los marineros se tiran al agua y tratan de alcanzar los garfios que provienen de las barcas enviadas por Legend. El capitán Limbrey es el último, dispuesto a no abandonar la nave hasta verla sucumbir del todo. Pero hay siete hombres dentro todavía, siete insensatos que han acudido a la bodega del barco para forzar un cofre y tratar de escapar con el botín. Nunca salen. El barco se sumerge del todo dando a Limbrey el tiempo justo para saltar al agua y nadar hasta las barcas. El Merchant tenía "300.000 libras en lingotes de oro, cien mil más en monedas y el mismo valor en joyas, además de lo ganado por cada hombre y toda la rica cargazón del barco, todo lo cual se perdió en el fondo del mar, sin poderse rescatar parte alguna. El capitán, una vez en tierra regresó a casa con un pañuelo al cuello, y por el momento nadie le ha visto ni hablado con él a causa de sus pesares. Su nombre es Capitán Jon Limbry y vive cerca de Radclife Cross".

Según todos los expertos consultados, el relato es emocionante, lleno de detalles y pasión por el suceso. Y también cuestionable. El autor anónimo de Tristes Nuevas de los

Mares, controlaba bien los registros para llamar la atención de los paseantes de Londres que saciarían así su sed de saber algo sobre un suceso tan traumático para Inglaterra. O sea, que además de escribir muchas cosas de oídas, las exageró. Los mismos expertos señalan que la narración da buena cuenta de muchos detalles que han sido consultados por otras fuentes documentales y que tienen sentido en el contexto de la época.

Dos hipótesis sobre la propiedad

El relato sostiene dos hipótesis que se contraponen. Richard Larn, un viejo buzo conocido en la búsqueda de pecios y autor de un índice de los más famosos hundimientos de la historia, es el que fomenta la idea de que el Merchant Royal se dirigía a Flandes para pagar a los exhaustos y encolerizados soldados de los tercios. La historia tiene sentido. La paz entre Inglaterra y España hacía posible este tipo de acuerdos. Al entrar España en guerra con Francia (que se prolonga hasta la Paz de los Pirineos) la tradicional ruta por el Mediterráneo hasta Génova se sustituye por la del Canal de la Mancha.

Ángel Alloza, historiador e investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y autor del libro Europa en el Mercado Español: Mercaderes, represalias y contrabando en el siglo XVII (Junta de Castilla y león, 2006), ofrece el contexto que explica el cambio de ruta: "Los ingleses se ofrecen a este lucrativo negocio, y conducen la plata por el Canal de la Mancha, con escala en Dover, para luego pasar a Flandes. La colaboración adquiere tal grado que, en muchas ocasiones, los barcos cargan lingotes de plata que luego será acuñada en Inglaterra, en la Torre de Londres".

Según la explicación, la historia de Larn podría ser cierta. Lo que significaría que España podría reclamar parte del tesoro, cuyo valor es incalculable y que oscila entre los 200 y los 300 millones de euros. Larn dice además que tiene datos que aseguran que Odyssey ha encontrado ya el Merchant Royal: "Me encontré con Greg Stemm, de Odyssey, hace dos años en un hotel de Plymouth y le pregunté directamente si lo estaban buscando. Me dijo que sí. Desde entonces sus barcos han estado peinando la Bahía de Mount. Han puesto mucho empeño en esta empresa. ¡Y que tengan suerte! Ahora vendrán los abogados para ver quién tiene derecho y todo eso. Pero nada de meterse en el agua a buscarlo, claro".

La otra teoría sobre la historia del Merchant Royal se sustenta en las investigaciones de largos años de varios expertos. Viene a ser más o menos la misma pero sus matices cambian por completo la titularidad del buque. Es decir, que ningún país tendría derecho a reclamar el pecio. Según esta tesis, los archivos cuentan que el Merchant dejó Cádiz con un acuerdo entre Limbrey y el grupo de armadores de Londres con un cargamento de oro, plata y joyas destinado a mercaderes en Flandes, pero no a soldados españoles. Limbrey estaría así trabajando para sí mismo, así que el tesoro que se recobrase de las profundidades, no tiene un dueño claro.

Ángel Alloza ha proporcionado a este periódico algunos datos que ha encontrado en los archivos nacionales en tan sólo unos días de búsqueda. Sin haberse metido en el tema de lleno, sus conclusiones revelan algunas curiosidades. "El primer problema de esta historia es que un naufragio así debería haber dejado un rastro mucho más claro. El hundimiento de un cargo de esa magnitud habría dejado registros múltiples", asegura.

"Tengo mis dudas. En el Archivo de Simancas, hemos encontrado el registro de un barco llamado Mercader Real, cuyo capitán se llamaba Juan Lit. Podría ser el Merchant Royal, pero se trata de un barco mucho más pequeño. Consta que estaba en Málaga poco después de su supuesto naufragio", explica. Alloza ha encontrado también algo sobre Limbrey, "una figura destacada en el comercio con Bermudas y en la colonización de Jamaica". También algo sobre el Dover Merchant, el navío que divisó el naufragio del Royal: "Pertenecía a Arnold Brames, un conocido partidario del rey inglés Carlos I y uno de los intermediarios más importantes de Europa en aquel coyuntural emporio".

La historia de El Dorado de los Mares entra en el terreno de lo legendario. Incluso se ha pensado que podría ser un corsario y que la historia de su hundimiento fuese difundida falsamente para que los británicos se quedaran con el tesoro. Algunos casos similares están en los registros. Pero el mar es así. Se traga a los hombres y sólo les devuelve misterios.

El 'Merchant Royal'
El 'Merchant Royal'
Ángel Alloza, investigador del CSIC, en la Biblioteca Nacional.
Ángel Alloza, investigador del CSIC, en la Biblioteca Nacional.GORKA LEJARCEGI
El cofundador de Odyssey, Greg Stemm (a la izquierda), examina monedas recuperadas del pecio del <b><i>Cisne Negro </b></i>el pasado mayo.
El cofundador de Odyssey, Greg Stemm (a la izquierda), examina monedas recuperadas del pecio del Cisne Negro el pasado mayo.AP

Tecnología militar

ODYSSEY MARINE EXPLORATION es la compañía más famosa en la investigación de pecios. Su fama se debe en gran parte a su eficacia a la hora de localizar y encontrar los tesoros olvidados por muchos países que antiguamente fueron potencias navales, como España. Para sus objetivos, la compañía de Florida utiliza dos barcos; el Odyssey Explorer y el Ocean Alert. Su herramienta más señera es el robot Zeus, un mastodóntico vehículo operado por control remoto que pesa 6,3 toneladas y que envía imágenes en tiempo real a los arqueólogos que trabajan en los barcos.

No hay muchos como Zeus. Es tecnología militar adaptada a la búsqueda de los míticos barcos hundidos. Es una máquina precisa equipada en sus brazos mecánicos con unas diminutas copas de succión hechas de plástico maleable para recoger del suelo monedas que pueden llegar a venderse a medio millón de dólares la pieza. Sus brazos terminan también en grandes focos

capaces de dar luz a los rincones más oscuros del océano y otros que aspiran la arena sin llevarse por delante los

objetos de valor. El robot graba en DVD las imágenes y saca fotos milimétricas una vez que localiza un pecio. Los otros grandes secretos de esta compañía que cotiza en Bolsa son sus equipos de arqueólogos, historiadores y profesionales de varias nacionalidades, capaces

de pasar años buscando historias de naufragios en los legajos de los archivos.

Las 500.000 monedas del 'Cisne Negro'

El 18 de mayo pasado, la compañía Odyssey Marine Exploration, con sede en Tampa (Florida) anunció el descubrimiento de 500.000 monedas de plata y oro. El pecio fue lbautizado con el nombre inventado de El Cisne Negro, uno de los mayores tesoros encontrados hasta ahora. Pocas horas después del anuncio España ordenaba a la Guardia Civil investigar el caso ante la sospecha de que Odyssey podría haber expliado su patrimonio. Aún no se sabe el punto exacto aunque los movimientos de los buques Odyssey Explorer y Ocean Alert indican que los trabajos se hicieron durante los meses de abril y mayo en un lugar indeterminado del océano Atlántico, cerca de las costas españolas aunque fuera de sus aguas jurisdiccionales.

Desde el anuncio del hallazgo, la compañía ha señalado que el pecio se encuentra fuera de la soberanía de cualquier Estado, es decir, fuera de las 24 millas - zona contigua- que las leyes internacionales conceden a cada nación. Mover cualquier objeto o bien cultural sin autorización es delito. Pero a partir de esas 24 millas la regulación no es clara y está sujeta a la tradicional ley marinera de que en el mar no hay ley. Según las leyes españolas que protegen el patrimonio histórico, España podría reclamar los bienes culturales que se encuentran en la plataforma continental. Son 200 millas, la denominada zona económica exclusiva. Aparte de eso, si un país prueba que un pecio encontrado es de su bandera puede reclamar y ejercer sus derechos sobre el buque y sobre la carga. En el caso del Merchant Royal aún no se sabe a ciencia cierta quién tiene los derechos sobre el buque.

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