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¿Ellos y nosotros?

Joan Subirats

La creciente diversidad de nuestra sociedad se manifiesta de muchas maneras. Una de ellas es la presencia de población inmigrante de muy distintos orígenes. Eso no es nuevo. Somos conscientes de que el país ha estado constantemente atravesado por procesos migratorios. De dentro del país y de fuera. De cerca y de lejos. La novedad está en la intensidad del proceso más reciente y la gran diversidad de orígenes, con lo que eso acarrea de mayores contrastes y de posibles dificultades en los procesos de acomodación. Y de eso se aprovechan quienes buscan cualquier pretexto para canalizar políticamente frustraciones y manipulaciones racistas. Hace unos días se presentaron los primeros avances del trabajo de investigación promovido por la Fundació Viure i Conviure de la Caixa de Catalunya, sobre Capital social, inmigración y convivencia que han dirigido los profesores Robert Blendon, de la Universidad de Harvard, y Albert Jovell, de la Fundació Josep Laporte de la UAB. La importancia del estudio reside en las 3.000 entrevistas realizadas entre población inmigrada y residentes autóctonos. El trabajo de campo se llevó a cabo en abril de este año, y entendemos que su realización supone un salto cualitativo en el conocimiento de las opiniones de inmigrantes y autóctonos sobre temas muy significativos.

A la espera de más detalles y explotaciones de la macroencuesta, las primeras impresiones confirman cosas que sabíamos o que intuíamos. Casi el 80% de los inmigrantes han llegado en los últimos siete años. En su proyecto migratorio, lo que les resulta más complicado es encontrar vivienda y trabajo (en este orden). Expresan una amplia satisfacción con su estancia en Cataluña, a pesar de que manifiesten que han percibido y, en ocasiones, sufrido, procesos y casos de discriminación. Confirman que lo que vienen buscando es un futuro mejor, para ellos y para sus familias. No expresan inquietud con relación a una adaptación lingüística que consideran imprescindible, y es así tanto con relación al castellano como con relación al catalán. Y en general, su actitud ante la vida y su propio futuro es bastante más optimista que lo que expresan los autóctonos. Pero, en el estudio aparecen nuevos vectores de información. Los elementos que más valoran del país de acogida son sus buenos servicios públicos. Sanidad en primer lugar, y después educación. Pero les preocupa la poca tensión moral y familiar del país. Mientras que el 90% manifiesta que la sanidad está mejor aquí que en su país y el 80% que los derechos de las mujeres son claramente mejores aquí, sólo el 9% afirma que los vínculos familiares son mejores en Cataluña que en su país de origen, mientras que el 72% consideran que están peor. Es importante destacar que casi dos de cada tres inmigrantes manifiestan que quieren quedarse definitivamente en el país.

Los catalanes no lo ven de manera tan positiva. Y es que 9 de cada 10 expresan su preocupación con el tema, y casi la mitad entiende que el resultado no es positivo. Muchos asimilan inmigración a peligro y delincuencia. Y es evidente que la manera en que se han ido formateando y presentando ciertas noticias (magrebíes: islamismo radical y terrorista; europeos del Este: delincuentes profesionales, etcétera), han favorecido que los prejuicios se consoliden y que la estigmatización consiguiente se fortalezca. Y de ahí a que cualquier desaprensivo de Badalona o Castelldefels, disfrazado de político del PP, o un mero fascista de Vic, se quieran aprovechar de eso, sólo hay un paso. Es curioso ver como casi la mitad de los catalanes creen que tenemos el doble de inmigrantes en el país de los que realmente tenemos. Una vez más la percepción y la realidad no coinciden, y ahí también los medios de comunicación y los creadores de opinión deberían hacer examen de conciencia. Es muy significativo que, al lado de esos estereotipos, prejuicios y prevenciones, el 80% de los catalanes autóctonos entiendan que los inmigrantes han de tener pleno acceso a los servicios sanitarios y educativos, aunque seguramente convendría evitar la disputa entre unos y otros por recursos más bien escasos. También son mayoría los que opinan que si los inmigrantes contribuyen al bienestar del país, deberían formar parte de él, también como ciudadanos con sus derechos, deberes y con plena capacidad para participar en las contiendas electorales. Las personas con proyecto migratorio consultadas afirman tener grados de asociacionismo más elevados que los autóctonos. Y al mismo tiempo, expresan una religiosidad mucho más acentuada, tanto en creencias como en prácticas. Mientras que el 40% de los inmigrantes manifiestan que la religión es para ellos muy importante, la misma proporción de autóctonos afirman que para ellos la religión no es importante.

¿Qué conclusiones provisionales se pueden sacar de todo esto? Podríamos afirmar que nos falta tiempo de roce y acomodación. Predominan los estereotipos entre los autóctonos. Y la visión del mundo y de su futuro es bastante más optimista por parte de los recién llegados que por parte de los que llevan más tiempo aquí. Seguimos con los tipos ideales de ellos y nosotros que nos dan seguridad, a pesar de que no coincidan con la realidad. Preferimos atribuir peligrosidad a los recién llegados, sin entender que de esta manera acabaremos viendo cumplida nuestra autoprofecía. La representación que compartimos es poco abierta ante el proceso migratorio, y eso puede acabar generándonos ansiedades y reacciones poco fundamentadas. Lo significativo del tema no es tanto su contenido como el hecho de que se comparta. Esas representaciones distorsionadas son las que propician la constante tentación de la utilización electoral del tema. Y en cambio, nuestra propia historia nos demuestra que esos estereotipos culturales tienen poco fundamento. Deberíamos empezar a poner en cuestión las fronteras mentales que hemos ido aceptando y que acaban convirtiéndose en argumentos que justifican divisorias físicas y sociales. Esas sí que son mucho más graves. No somos iguales a como éramos hace 30 años, ni como éramos hace 70. No existen culturas puras y culturas mestizas. Existen culturas que reconocen su mestizaje y culturas que pretenden negarlo. Las culturas de cada uno sirven para ir por el mundo, para orientarse, para reconocerse en un colectivo, para dar respuesta a la necesidad de pertenecer, de formar parte. Y en ese pertenecer y formar parte, lo que tenemos que hacer es buscar la manera de construir espacios de diálogo comunes y escenarios en los que negociar nuestras distintas perspectivas; sin tratar de imponer las perspectivas de unos ellos muy diversos entre sí, ni las que nos caracterizan provisionalmente como nosotros.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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