"Intento fusionar el <i>punk</i> con la ópera"
Hubiera sido un gran delantero centro. O un magnífico jugador de baloncesto. O una estrella dentro del mundo de la música rock. Pero las cosas han ido de otra manera y hoy Emir Kusturica (Sarajevo, 1954) es director de cine, ganador del León de Oro de la Mostra de Venecia en 1981 -¿Te acuerdas de Dolly Bell?-, de dos Palmas de Oro en Cannes -Papá está en viaje de negocios (1984) y Underground (1995)- y de un premio a la puesta en escena en ese mismo festival por Le Temps des Gitans (1988). Ahora la Ópera de París le permite reunir, sus distintas facetas adaptando para el escenario el último filme citado. "Él quería hacer otra cosa", explica Gérard Mortier, director de la institución, "pero lo que yo quería es que Kusturica me ayudase a atraer a la ópera un público distinto".
En la escena de ensayo de La Bastilla, aún desnuda de decorados, lo primero que salta a la vista es una portería de fútbol. "Cuando terminen las representaciones lo primero que haré es jugar un partido de fútbol. ¡Tengo que entrenarme!". Y entre las pausas, mientras los músicos, cantantes y actores descansan, Kusturica lanza penaltis. "Pero es que la portería forma parte del decorado. Es una fiesta al aire libre, el día de San Jorge", una fiesta que la ópera-punk evoca a través del tema titulado Hederlezi. Y Emir Kusturica también toca la guitarra o el bajo, como ya lo ha hecho en otras oportunidades dentro de la The No Smoking Orchestra, la Zabranjeno Pusënje en serbocroata, formación que practica la música gitana, el punk o el techno-rock.
Transformar una película en ópera, cambiar de lenguaje, no es fácil. "Lo que intento es fusionar dos culturas, la del punk y la de la ópera. No es una mera transposición de la película porque eso es imposible. La ópera es más abstracta, el cine más realista. Aquí arranco con una boda, una celebración, y luego descubrimos que ella está embarazadísima. Los cantantes son jóvenes de Belgrado. Él, Stevan Andjelkovic, tiene 19 años, ella, Milica Todorovic, 16. Para cantar se sirven de micros pero eso es obligado cuando la orquesta está electrificada".
La despreocupación indu-
mentaria de Emir Kusturica choca en el universo operístico. "La verdad es que nunca había trabajado en el interior de una gran institución, bien estructurada, con reglas estrictas, y tenía miedo de sentirme atrapado por ellas. No es el caso. Cuando Gérard Mortier contactó conmigo para ofrecerme dirigir una ópera, primero le dije que no pero enseguida supo convencerme y garantizarme toda la libertad". Mortier recuerda de esos primeros encuentros que la desconfianza no desapareció del todo hasta que "Emir se decidió a preguntarme si la función podría empezar con la llegada de unas ocas al escenario. La tradición quiere que los gitanos llegaran a los Balcanes volando, montados en ocas y procedentes de la India".
En Le Temps des Gitans, Europa aparece como un espejismo cruel para los gitanos. Se sienten atraídos por ese continente rico y variado pero también se ven rechazados por los prejuicios. "Los pueblos ricos, a menudo, son eso, ricos, pero en los pequeños pueblos, en su comunidad, es donde se encuentran las perlas más bellas", dice Kusturica para explicar con una imagen su fascinación por la cultura gitana. "Es una música con una energía increíble. En mis películas me sirvo de esa música y ahora se trata de traspasar la energía que atraviesa mis filmes a una ópera. Nunca he dirigido teatro, ni siquiera cuando vivía en Sarajevo, pero sé que la música es el hilo que debo seguir".
El humor está muy presente en el montaje. El humor y una gran capacidad para la irrisión, por no querer tomarse en serio que no impide hacer seriamente su trabajo. "Para mí se trata de contar las cosas a partir de un espíritu burlón próximo al de los Monty Phyton. Pero no hago parodias. ¿Por qué? Sencillamente porque creo en la necesidad de fabricar emoción. La ópera te permite privilegiar en cada momento lo que más te interesa, ya sea la música, ya sea el drama".
El cine de Emir Kusturica, sobre todo sus películas de los últimos años, depende mucho de la música, del montaje y de la libertad que se concede a la cámara, atenta contra los momentos de vida que el director intenta hacer surgir de situaciones aparentemente caóticas. Es un cineasta instintivo, que cree en la improvisación, que inquieta a los productores porque no saben nunca cuánto pueden durar sus rodajes. "Aquí no hay ese problema. Sólo la percusión tiene un cierto margen para improvisar", confiesa el director. "Nada que ver con la libertad que pueden tener los actores en el plató de rodaje. Ahí estoy dispuesto a aceptar modificaciones incluso en la trama del relato".
Mortier parece divertirse con
la aventura de haber contratado a un cineasta-guitarrista-futbolista. Una banda de quince instrumentos de viento, se alterna con una orquesta sinfónica, al frente de la cual está Zoran Komadina. Le Temps des Gitans era un fresco exuberante, colorido, pintoresco y lírico de un mundo de marginales simpáticos aunque poco de fiar. Un mundo que se sostenía gracias a la vitalidad que Kusturica insufla a su cámara para que mantenga vigentes los sueños de su infancia. Veremos si esa vitalidad también sube al escenario.
Le Temps des Gitans. Del 26 de junio al 15 de julio, en la sala de La Bastilla, en la Ópera de París.
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