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Reportaje:ARQUITECTURA

Nueva York, un paso atrás

Warhol decía que hasta los árboles trabajan sin parar en Nueva York, procurando día y noche el oxígeno que consumen sus habitantes y sus industrias. Y algo así puede decirse ahora de la actividad constructora, que no acusa la crisis del sector en el resto del país sino que parece intensificarse sin fin. Una nueva moda -cuyo punto de arranque fueron las torres de apartamentos de Richard Meier frente al Hudson- está modificando el real estate, ahora necesitado de la plusvalía del autor e incluso del toque europeo en algunos casos. El tablero de juego se modifica paulatinamente y todos mueven pieza, estableciéndose diferentes frentes. El de los europeos es cuando menos curioso. Jean Nouvel termina en Soho, en Mercier Street, unos apartamentos que han sorprendido por lo último que podría imaginarse viniendo de Nouvel: por ser indiferentes, una emulación de la tipología de fachada de hierro fundido un tanto rutinaria, "engordando" las dimensiones esperables de los elementos, seguramente por los códigos americanos (un engorde que acusan otros edificios como el Hearst de Foster). Pero no es el único en dejar un sabor agridulce y quizás sea mejor no comentar los delirios de Calatrava cada vez más ensimismado en su genialidad cursi, ni la fealdad de los azulados volúmenes residenciales construidos por Bernard Tschumi, compitiendo posiblemente en la carrera por el muro cortina más vulgar jamás levantado... Herzog & De Meuron terminan un lujoso bloque de apartamentos para Ian Schrager en Bond Street cuya interpretación de la fachada de hierro fundido es sorprendentemente sofisticada, envolviendo acero inoxidable semicilíndrico en tubos de vidrio con similar sección creando un juego de reflejos hipnótico, que absorbe la luz solar dejando dibujada una retícula como de líneas de neón que captura instintivamente la mirada del peatón... Rem Koolhaas, el autor de Delirious New York, con una pequeña oficina abierta a pesar de sus desencuentros con la ciudad, realizará unos apartamentos en Nueva Jersey así como el importante proyecto que desarrolla para Cornell (Ithaca), pero nada en Nueva York. Nada, tampoco, de Peter Eisenman, el otro arquitecto, éste americano, cuya biografía está tan unida a Nueva York como lo está la de Woody Allen y aún sin estrenar en la ciudad. Sin embargo, el otro maestro americano, Frank Gehry, ha terminado su primer edificio en Manhattan, una pequeña pero interesante alcachofa de vidrio serigrafiado que consigue bellísimos efectos plásticos con un material más comercial que el titanio y que, pese a tratarse de una imposición del cliente, parece haberle gustado pues lo empleará de nuevo a gran escala en París para la Fundación Louis Vuitton. Al sur de Manhattan, como si el lugar estuviese maldito, David Childs (SOM), tras apoderarse del plan de Libeskind para la "zona cero" y destrozar patéticamente lo poco que tenía de bueno el original (su carácter simbólico y coreográfico), propone lo que, si llega a materializarse, será el mayor símbolo de la historia representando exactamente lo contrario de lo que quiere representar: la Freedom Tower con su base maciza antibombas, su geometría bastarda de la de Libeskind y su patética coronación (los molinos de viento como imagen de la libertad no dejan de hacer risa a toda la profesión y The New York Times ya ha avisado varias veces del dislate) será sin duda el mayor símbolo de la decadencia del imperio y de la falta de la libertad, genio y pulso creativo que lo hicieron grande. No contento con ello, se ha rodeado de un coro de torres firmadas por Foster, Rogers y Maki, supuestamente coordinadas (de hecho se trabaja en una misma oficina en el sitio), cuya total falta de sentido coreográfico e incluso del valor individual que por lo menos Foster y Maki habitualmente exhiben culmina el sinsentido que todo el lugar ha adquirido en manos de su propietario Silverstein (sólo el elegante muro cortina y el lobby de James Carpenter que envuelve la WT7, ya construida, puede dar lugar a un comentario positivo). Merece mención aparte la debilidad del proyecto de Norman Foster, pues se trata de un lugar en el que ensayó una de sus propuestas en altura más bellas, reproducida más tarde en la portada del catálogo de la exposición Tall Buildings del MOMA, cuyo trasunto pragmático, la Hearst Tower, ha terminado acertadamente más arriba en Manhattan, en la Octava Avenida, reduciendo su silueta característicamente diagonal astutamente a las esquinas de modo que sin el más mínimo riesgo tipológico se consigue el máximo efecto icónico.

Una nueva moda está modificando Nueva York, ahora necesitado de la plusvalía del autor e incluso del toque europeo en algunos casos

Frente a este balance del arqui

tecto inglés brilla con luz propia la eclosión de Renzo Piano, con cinco obras singulares y dos ya terminadas en el centro de Manhattan: la Pier Morgan Library y The New York Times. Dos intervenciones diferentes, la primera de costura entre edificios históricos, la segunda una torre para el periódico, que posiblemente, por las constricciones impuestas en ambos casos, espaciales las primeras, económicas las segundas, han permitido sacar a la luz el mejor Renzo, el centrado en problemas técnicos y soluciones elegantes y sintéticas, sin gestos seudoartísticos que han desvirtuado siempre que lo ha intentado su arquitectura. The New York Times no será la gran torre que revolucione la tipología en las próximas décadas, ni el icono más al día de la ciudad; de hecho, su máscara de tubos cerámicos protegiendo del sol el vidrio transparente deja además de un aire de algo ya visto, un tono grisáceo no muy afortunado en el clima neoyorquino, dibujando una figura de ventanas rasgadas sobre el muro vidriado confusa, que muestra que la escala elegida para los elementos seguramente no es la más afortunada para tales tamaños -sí, sin embargo, en las plantas bajas, cerca del peatón

...-. Pero lo que no tiene de "rompedor" en la imagen queda compensado por los aciertos técnicos, por la concepción espacial del puesto de trabajo, por los detalles con los que todas las escalas, desde el mobiliario hasta la estructura expuesta al exterior, han sido resueltos, introduciendo en la construcción neoyorquina un gusto por el detalle y los acabados perdido desde los rascacielos posmodernos hechos a mordiscos... Compárese con la nueva Trump Tower terminada frente a Naciones Unidas, construida como una mala carretera: la estructura más barata, el vidrio más barato, los acabados más baratos y feos (del gusto "nuevo rico internacional"), puesto todo junto de la forma más rápida y vendido como el condominio más caro de Estados Unidos... La otra cara de la moneda, que muestra el valor del empeño de The New York Times y su arquitecto (y, sin embargo, no puedo evitar añadir que es una lástima, que las proporciones tremendamente esbeltas de la Trump Tower junto al prisma modernísimo de Naciones Unidas tienen algo delirante que uno piensa podría haber sido aprovechado mejor).

Por otra parte, el éxito de Renzo Piano en la ciudad da también que pensar. ¿Qué es lo que le hace favorito entre los neoyorquinos interesados en el valor añadido de lo europeo? Hal Foster lo dice claro: vender "elegancia", y para los neoyorquinos "moderno" ha pasado a ser "elegante", ése es el nuevo eslogan que atraviesa toda la ciudad. Una elegancia cultivada largamente por Renzo, desafectada de lo icónico y concentrada en lo háptico y el detalle. Pero también una elegancia hecha a base de alejarse de los debates culturales y de ejercer un democrático "buenismo" que las más de las veces deja indiferentes a los arquitectos. ¿Era esto todo lo que se necesitaba para tener reconocimiento: una sobria y prudente indefinición? ¿Era eso lo que los modernos imaginaban en 1920 como meta de la modernidad? ¿Son las viviendas más sofisticadas de los millonarios más petulantes el mercado en el que deben competir los arquitectos europeos más dotados?

Paradójico juego de desplazamientos, la ciudad que en los ochenta exportó al mundo las "neovanguardias", especialmente Greg Lynn desde Columbia University -y que ahora exporta edificios completos como el magnífico rascacielos blando de Reiser y Umemoto en construcción en Dubai-, a la hora de la verdad da un paso atrás (véase el MOMA, la Pier Morgan Library o el New Museum que terminará Sejima a fines de este año) y adopta geometrías regulares y simples, como Renzo Piano, Norman Foster, Herzog & De Meuron, Jean Nouvel y, por qué no, como la última torre de ese Gil y Gil que es Trump. Nueva York es la expresión del pragmatismo y prefiere aún exportar los experimentos caros. Por ejemplo, a Dubai o a Santiago.

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