La fama mata

Kitano es un creador único en su especie. Cuando, siendo una excéntrica celebridad televisiva, anunció su intención de dirigir cine, calló a los escépticos afirmando que, algún día, recogería la Palma de Oro en Cannes vestido (o desnudo) como un luchador de sumo. No cumplió su bravuconada, pero estuvo cerca: hoy casi nadie discute su condición de clásico contemporáneo.

Tras alcanzar su mayor triunfo con Zatoichi (2003),

Kitano, incómodo en su piel, decidió emprender lo que denomina su "proceso de destrucción creativa" con Takeshis, que se estrena aquí cuando su siguiente largo, la metacomedia Kantoku Banzai! (2007), rechazada en Cannes, demuestra que no estábamos ante una ocurrencia.

Laberinto

Pesadilla egomaníaca y paranoica sobre la psicopatología de la fama, Takeshis es, a su modo, el Ocho y medio (1963) de Kitano, pero también su Mulholland Drive (2001): un laberinto de montaje desconstructivo que cruza los caminos de dos Kitanos posibles -el triunfador y su reverso- en una ficción que dice inspirarse en la matemática fractal, parece poseída por el espíritu del teatro del absurdo y recrea ritualmente el mito trágico de Chapman y Lennon.

La presencia del legendario transformista Akihiro Miwa funciona como correlato simbólico en este ejercicio de autoinmolación de quien ha dejado de gustarse a sí mismo, pero no puede escapar de su propia genialidad.