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MIRADOR
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Malditos plumillas

Las relaciones entre el poder y los medios de comunicación nunca han sido tranquilas. Ni aquí ni en ningún otro lugar. Y cuando lo son, algo no funciona porque existe el peligro de vasallaje periodístico. No son buenos tiempos para la prensa, que afronta el proceso de revolución de Internet en medio de una feroz competencia y con un gran declive de audiencia. Ahora bien, tampoco lo son para el poder político, al que la ciudadanía castiga con la sospecha y la abstención.

En éstas estamos cuando desde diversos frentes se decide disparar contra el pianista. La fiscal del juicio sobre el 11-M, Olga Sánchez, da rienda suelta a las vísceras durante su alegato y cuestiona la seriedad de quienes concedieron el título de periodismo a los que han puesto en duda los fundamentos del sumario. Tenga o no razón, parece acertado que el presidente del tribunal le recrimine su desahogo. No es el juicio el lugar más apropiado para ello.

Blair, en cambio, no se arredra y decide coger el toro por los cuernos, lanzando una durísima diatriba contra los medios a los que califica de "bestias salvajes" en su lucha por la audiencia. El primer ministro británico, que rezuma amargura por su conducta a favor de la ocupación de Irak, pronuncia tales palabras en la sede de la agencia de noticias Reuters, paradigma de independencia donde lo haya. Su sucesor, Brown, confiesa que maquillaron informes para justificar la intervención. No es cuestión de hacer una defensa corporativista de la prensa. Pero no estaría de más que el líder laborista reflexionara sobre su relación con los medios. Él fue el impulsor de la spin policy, imponiendo una agenda mediática gracias a las manipulaciones de su amigo Mandelson y su jefe de prensa Campbell. Ahora exige cuentas a los "bestias".

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