La energía, un engorro inevitable
La energía es un ingrediente esencial en la actividad humana y contribuye decisivamente al bienestar de las personas. Existe una fuerte correlación entre, por ejemplo, el Índice de Desarrollo Humano estimado por la ONU para los distintos países y el consumo de energía, aunque a partir de una cierta cantidad esa correlación desaparece: el aumento del consumo se convierte en despilfarro y no contribuye al aumento del bienestar.
En la actualidad, más del 85% de la energía comercial del mundo procede de los combustibles fósiles, experimentando el consumo energético un aumento continuado, del orden del 2% anual acumulativo, especialmente debido a las necesidades de desarrollo económico de los países poco industrializados, en particular China e India. Junto a estas fuentes de energía, las únicas alternativas que se encuentran en la naturaleza son la fisión nuclear, las renovables en toda su variedad y, a muy largo plazo, la fusión nuclear. No hay otras.
La enorme predominancia de los combustibles fósiles como fuente de energía primaria tiene algunas consecuencias importantes:
En primer lugar, están repartidos de forma desigual. Las dos terceras partes de todas las reservas conocidas de petróleo se encuentran en el subsuelo de cinco países del Medio Oriente, lo que implica un grado de dependencia poco compatible con la estabilidad del suministro. El gas natural también está muy concentrado en esa zona y en los países de la antigua URSS, mientras que el carbón está más repartido por todas las regiones del mundo. En segundo lugar, son materias primas no renovables, debido a que se han formado a lo largo de decenas o cientos de millones de años y su reposición es imposible. Puede muy bien ocurrir que la utilización del petróleo como fuente de energía sobre la que se basa el modo de vida de los países industrializados no sea más que una breve fluctuación en la historia de la humanidad.
Se puede argüir que no habrá límite práctico a su producción si su precio sube suficientemente. Pero el hecho es que cuesta cada vez más energía extraer petróleo de yacimientos cada vez más profundos o agotados. Cuando el gasto en energía necesaria para extraer un barril de crudo se acerque a la generada por la combustión de su contenido, no importará su precio: habrá desaparecido como fuente de energía primaria aunque sea útil a otros fines no energéticos, por ejemplo en la industria química, donde es una materia prima insustituible.
Por último, sabemos que quemar combustibles fósiles supone la emisión a la atmósfera de enormes cantidades de dióxido de carbono (CO2) que contribuye al calentamiento global del planeta. Y, dada la rapidez con que se produce este fenómeno en términos geológicos, podrían derivarse daños potencialmente graves para nuestra civilización (no para la vida, como con frecuencia se dice, ni para la vida humana, pero sí para nuestra compleja y exigente organización social y económica).
En definitiva, la actividad de nuestras sociedades se basa en el consumo masivo de combustibles fósiles que, por motivos de escasez y medioambientales, debe limitarse en el futuro. A pesar de lo cual, el carbón seguirá siendo a largo plazo una fuente de energía masiva, pero su uso sólo será tolerable si se evitan las emisiones de CO2, objetivo que está muy lejos de poder conseguirse dada la escala a que se producen dichas emisiones.
Pienso que en una generación el petróleo será escaso, se habrá llegado al fin de la vida útil de las centrales nucleares actualmente en funcionamiento y será cada vez más costoso quemar carbón.
Las políticas en vigor se orientan a aumentar el papel del gas natural como fuente de energía primaria, hasta el punto de que en la Unión Europea se prevé un aumento del 50% en las necesidades de gas para 2030 respecto de la situación actual, en contraste con un muy modesto crecimiento en el uso de crudo. Por otra parte, el gas natural, aun siendo menos contaminante que el carbón y el petróleo, es de por sí un potente gas de invernadero, cuyas pérdidas a la atmósfera se añaden a los efectos del CO2 producido en su combustión.
La fusión nuclear no estará lista como fuente de energía comercial para ese momento. En realidad, durante muchas décadas no será posible pensar en una única fuente de energía que juegue el papel que hoy juegan los hidrocarburos. Habrá que utilizar todas las fuentes a nuestra disposición. La energía nuclear de fisión tiene inconvenientes conocidos por todos, en particular la producción de residuos radiactivos de gran duración. Pero es posible concebir centrales avanzadas, más seguras, que reduzcan considerablemente los residuos producidos y que utilicen todo el uranio natural existente y no una ínfima fracción del mismo como ocurre en las actuales. No me parece posible prescindir de la energía nuclear para producir electricidad, y seguirá siendo un ingrediente en nuestra generación de energía, pero tampoco será suficiente para resolver nuestros problemas.
Un cambio radical en las pautas de producción de energía vendrá de un aumento considerable de la contribución de las renovables. De éstas, la que ha tenido hasta ahora más éxito es la energía eólica. A pesar de los difíciles problemas que plantea su intermitencia, la energía del viento ha supuesto ya un 8,8 % de la electricidad generada el año pasado. Y su ejemplo puede servir de pauta en la extensión de otras tecnologías renovables.
Para llegar a este punto han coincidido varios factores. En primer lugar, voluntad política traducida en normas que hagan posible la extensión de un tipo de energía que, por proceder de fuentes difusas y estar en un estado de tecnología incipiente, es más cara, pero menos contaminante, que las convencionales. El coste de las primas a las energías renovables es modesto y debe considerarse como un factor necesario para su despegue. En segundo lugar, la existencia de una actividad en investigación y desarrollo que permita la creación y la transferencia de conocimiento. Y en tercer lugar, emprendedores y empresas que aprovechen estos dos factores y conviertan el conocimiento en un producto socialmente útil. En el caso de la energía eólica, el sector empresarial ha experimentado un enorme desarrollo, estando algunas empresas españolas entre las primeras del mundo, tanto en fabricación de componentes como en potencia eólica instalada y gestionada.
La energía solar, por su parte, es muy abundante aunque muy difusa, necesitando grandes espacios bien soleados aunque normalmente desérticos para recolectar la radiación solar. Y es cara en este momento inicial de su desarrollo. La modalidad de energía solar fotovoltaica representa, en términos absolutos, una fracción minúscula del total a pesar de su rápido crecimiento. Posiblemente sea la energía solar por concentración, o termoeléctrica, la que crecerá de forma significativa a juzgar por los proyectos de algunas de las empresas más dinámicas del sector. Nuestro país, de nuevo, puede ser una referencia mundial ya que se dan en él los tres factores antes indicados. En lo que al desarrollo tecnológico se refiere, me gustaría recordar la existencia de la Plataforma Solar de Almería, que ha venido trabajando durante años en este campo y que ha ido transfiriendo la tecnología desarrollada al sector industrial, tanto en la formación de sus ingenieros como en desarrollos conjuntos.
Por último, la fuente de energía más limpia y abundante en los países ricos es el ahorro energético, algo fácil de enunciar pero difícil de practicar. La mayoría de los países del mundo son pobres y tienen escasez de todo, también de energía, de forma que no es realista ni justo pensar que pueden reducir su consumo. Pero en los países más desarrollados se despilfarra electricidad y carburantes, sin que el consumo excesivo se traduzca en aumentos de bienestar. Ahora bien, el ahorro energético en estos países requiere cambios en los hábitos de vida que revelan contradicciones e hipocresías en sus ciudadanos. Así, hay una sincera preocupación por el medio ambiente, pero es compatible con una resistencia generalizada a los aumentos de precio en la energía, que son uno de los pocos instrumentos eficaces en la contención del consumo, o a las medidas para dificultar el tráfico privado, lo que implica que esa preocupación es bastante superficial. Sin duda, la educación ambiental es imprescindible pero, a juzgar por los datos, no es suficiente. Es posible que medidas que encarezcan el consumo energético injustificado tengan implicaciones económicas no siempre positivas, y no sean bien aceptadas por un público que, sin embargo, se manifiesta a favor de las causas medioambientales, pero son un instrumento necesario para reducir nuestra falta de disciplina en el uso de un bien precioso como es la energía.
Cayetano López es director del Departamento de Energía del CIEMAT y catedrático de Física de la UAM.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.