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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Nuevo chasco para Bush

La paralización por el Senado estadounidense, tras dos semanas de debate, de la moderada ley de inmigración impulsada por la Casa Blanca deja al presidente Bush a los pies de los caballos en su principal proyecto legislativo de final de mandato. Y muestra hasta qué punto se está encogiendo el liderazgo político del inquilino de la Casa Blanca, sitiado por el caos de Irak y perdedor el año pasado de la mayoría en el Congreso. Porque la reforma de la ley, un texto mejorable pero aceptable, ha sido enviada irresponsablemente al congelador, sin nada mejor a cambio, fundamentalmente, pero no sólo, por una mayoría de senadores republicanos que nunca comulgaron con el espíritu progresivo de un proyecto que pretendía cambiar la injusta y caótica legislación actual y regularizar la situación de millones de inmigrantes ilegales en EE UU.

Está por verse si el colapso de la ley es definitivo. Bush ha prometido intentar revivir a su regreso de Europa una iniciativa por la que ha apostado ante sus ciudadanos y que ya había vendido como hecha en su reciente viaje a México, país origen de la mayoría de inmigrantes ilegales, donde había suscitado el apoyo del proestadounidense Felipe Calderón. Pero eso, si sucede, no se hará sin cambios sustanciales. El compromiso sobre inmigración, que apoyaban figuras políticas de los dos partidos tan relevantes como Edward Kennedy, John McCain o Trent Lott, incluía medidas de control más estricto en las fronteras y un plan para legalizar a la mayoría de los 12 millones de sin papeles establecidos en Estados Unidos.

La ley de inmigración llegó al Congreso con los mejores augurios, pero las expectativas sobre su futuro se ha demostrado que eran excesivas. Y no sólo porque el tema divide fundamentalmente a la sociedad estadounidense, mayoritariamente crítica, según muestran los sondeos, con el proyecto apoyado por la Casa Blanca. Un influyente núcleo duro formado por los senadores republicanos más conservadores combatió desde el comienzo una idea que según ellos premiaba a millones de personas por burlar las leyes del país. Su argumento fundamental, extendido abrumadoramente entre las bases republicanas, va más allá de esta amnistía encubierta y tiene que ver con el alma del partido. Es la percepción temerosa de que Estados Unidos se latiniza a gran velocidad y peligra su identidad anglosajona.

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Pero la ley tampoco gustaba a 11 legisladores demócratas. El argumento inverosímil de esta nominal izquierda senatorial, amplificando la opinión de los sindicatos, es que el programa sobre los trabajadores extranjeros temporales previsto en el texto aparcado perjudicaba a los obreros estadounidenses. Tras el reciente fracaso del Congreso para imponer una fecha a la retirada de Irak, el nuevo episodio sugiere una inquietante incapacidad de los líderes demócratas para administrar coherentemente la mayoría de que disponen en el Legislativo estadounidense.

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