El mundo, mi coche y yo
El Salón del Automóvil de Barcelona abre sus puertas en una edición marcada por los vehículos respetuosos con el medio ambiente
Cual bandadas de pájaros, cada dos primaveras centenares de miles de ciudadanos acuden al Salón del Automóvil de Barcelona para ver, tocar y oler tanto coche como puedan o les dejen. Ayer, el salón abrió sus puertas para el gran público y las cerrará el próximo domingo.
La feria está repleta de consolas con las que los hijos dejan en ridículo a sus padres
La propiedad privada esencial del hombre occidental es, después de su casa, el coche
Antes, durante dos días, la feria es un coto reservado a periodistas y profesionales del sector; unos van a informar de lo que allí se cuece, otros a hacer hervir ese puchero del que tanta gente come. Lo primero saludar a amigos y conocidos, entre ellos los colegas periodistas recién aterrizados de la capital del reino. Se les reconoce por el peinado con gomina, el nudo de corbata demasiado grueso asido a un inverosímil cuello de camisa, el abrazo fácil y el olvido pronto, la voz en grito y el apelativo macho en cada frase. Ellas, minuciosamente policromadas, lucen cardados que amenazan la capa de ozono. Debe de ser el hecho diferencial.
El poder anda cerca. A la caseta de Renault llega una dama escoltada por su guardia pretoriana. Magda Salarich, gran jefa de Citroën España, tal vez la mujer que más sabe de coches -es ingeniera del ICAI- y de cómo venderlos -dirige la mercadotecnia de la casa para Europa-, escruta el nuevo Twingo y de repente arruga la nariz. A su alrededor, los hombres tiemblan; oui madame...
Su preocupación poco tiene que ver con el sello Eco que adorna los utilitarios del rombo. Casi todas las marcas generalistas se han convertido desde hace algún tiempo a la religión de la sostenibilidad. Toyota lleva años con el Prius de propulsión híbrida, y presenta en este salón otro prototipo. Saab comercializa parte de su gama con Bio Power. Opel apuesta por el gas natural (GN auto). Nissan postula un ambicioso Green Program y regala a cada representante de la prensa un arbolito para plantar. Por la tarde, hay decenas de ellos tirados cerca de las papeleras.
Qué mala conciencia se tiene con ese asunto, pero nadie habla de reducir la producción -anatema para la fe del libre mercado- ni de racionalizar el uso del vehículo con medidas realmente efectivas y voluntad de llevarlas a cabo. Ni la industria ni la Administración. La propiedad privada esencial del hombre occidental es, después de su casa, el automóvil. Cuidado, eso no se toca. Hay que fomentar el transporte público, pero para que lo usen los demás, como esa contradicción inequívocamente norteamericana yes but not in my backyard (sí, pero no en mi patio) que con tanto entusiasmo hemos adoptado. La ecología es al automóvil lo que la alimentación light a la gastronomía: o una cosa o la otra. Casarlas implica un cambio de hábitos que la mayoría de ciudadanos del primer mundo no está nada dispuesta a asumir. Se compran yogures desnatados en el supermercado, pero se devoran callos en el bar de la esquina. Pues eso, mala conciencia, y escasa coherencia. Lo normal.
Si el automóvil es, como sostiene L. J. K. Setright en su obra Drive on! A social history of the motor car (Granta, 2003), becerro de oro y chivo expiatorio del mundo desarrollado, tampoco hay nada tan apasionante como artefacto cultural. En el Salón del Automóvil, la retrospectiva del seiscientos realizada por Seat con obvios fines promocionales despierta emociones insospechadas, mientras que la muestra de modelos Rolls Royce genera cierta indiferencia, pese a su indudable interés histórico.
El salón está sembrado de pantallas para jugar con las consolas Play Station 3, Nintendo y también Wii, que simulan los movimientos reales, y llenas de coches de carreras. Con ellas los niños dejan en ridículo a sus padres. La generación de los padres todavía maneja el volante en familia, pero cuando son los hijos los que agarran los botones, son literalmente invencibles.
General Motors busca apuntarse un tanto gracias a la industria del ocio. La película Transformers, de Dreamworks, la productora de Spielberg, dirigida por Michael Bay, que se estrenará en España el 6 de julio, pero tendrá su presentación dentro de 10 días en el Festival de Cine Fantástico de Sitges, llega al Salón de Barcelona en la piel o, mejor dicho, en la chapa de su protagonista, Bumble Bee, un Chevrolet Camaro amarillo de 1977. Se trata de uno de estos Autobot popularizados por la publicidad de Citroën (se transforma en robot), que luchará para ayudar a la humanidad frente a los Decepticons, los malos. Al final del filme el viejo Camaro se transforma en el prototipo Nuevo Camaro. Lógicamente, Chevrolet ha desarrollado una serie de acciones de mercadotecnia y promocionales alrededor de la película, entre ellas la exposición de una réplica del protagonista metálico en su caseta. El product placing deja paso al cine rodado a medida. Atentos a la pantalla, pues. Esto no ha hecho más que empezar.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.