Muy tarde o muy pronto
EN ALGÚN momento de 2002, John Updike entregó a The New Yorker un relato titulado Varieties of Religious Experience sobre el 11 de septiembre de 2001. El texto era magistral, pero a la gente de The New Yorker le pareció un tanto arriesgado, decidieron pasar, y Updike no demoró en colocarlo en las páginas de The Atlantic.
Casi tres años después, The New Yorker no tuvo problema alguno en incluir -con cierto perverso humor, en su edición especial dedicada a los viajes y al turismo- The Last Days of Muhammad Atta, fiction non-fiction de Martin Amis. Una cosa quedaba clara, la veda se había levantado. Pocas semanas después, Updike publicaba Terrorista. Y no era el único que desoía el consejo de Norman Mailer (dejar pasar una década antes de sentarse a escribir sobre el asunto) y fueron apareciendo grandes cuentos de Deborah Eisenberg, Patrick McGrath y Rick Moody, y numerosas variaciones sobre la caída de las torres. Así, la novela matrimonial-fitgeraldiana sobre el 11-S (La buena vida, de Jay McInerney, que editará Mondadori), la novela epifánica-prodigiosa sobre el 11-S (Tan fuerte, tan cerca, de Jonathan Safran Foer, en Lumen), la novela viajera-neoconradiana desembocando en aquella mañana terrible (The Third Brother, de Nick McDonell) o estallando luego de una íntima picaresca (Brooklyn Follies, de Paul Auster, en Anagrama), la novela sobre dejar la gran ciudad después de todo aquello (A Day at the Beach, de Helen Schulman), la novela à la Edith Wharton pero con aviones asesinos (Los hijos del emperador, de Claire Messud, que editará RBA) y hasta la feroz comedia negra que se burla del trauma de sobrevivientes y testigos (A Disorder Peculiar to the Country, de Ken Kalfus). El último -quien tal vez debió ser el primero- ha sido el catastrofista Don DeLillo con su Falling Man (próximamente en Seix Barral). Allí, en las flamantes ruinas, uno pregunta: "¿Qué sucederá después de esto?". Y otro responde: "Nada sucederá después. No hay después. Esto fue el después. Hace ocho años pusieron una bomba en una de las torres. Nadie dijo entonces qué sucedería después. Esto es el después. El momento para tener miedo es cuando no hay razón para tener miedo. Ahora ya es demasiado tarde".
Por suerte -a pesar de todo, incluso de Mailer- llegan, nunca demasiado pronto, ficciones sobre aquella realidad que, por supuestamente imposible, nadie se atrevió a imaginar cuando aún había tiempo para hacerlo.
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