Mi tío Paco
La vida noctámbula de los músicos tiene ventajas y riesgos: entre las primeras está que el sol no avejenta tu piel y después de los cuarenta puedes seguir pareciendo un joven rockero; y entre los riesgos está el más peligroso de todos: o te haces inmensamente rico mientras el público sigue asistiendo a tus conciertos, o tienes muchas posibilidades de acabar contando tus batallas musicales detrás de la barra de algún bar. Hay una tercera vía, más inteligente, que consiste en buscar alternativas a tu caudal artístico y no dejar que llegue la oscuridad aunque se apaguen los focos.
Entre los años 1981 y 1996, Tacho González fue el batería de 091, un grupo de los llamados de culto que nació en Granada en el momento en que la onda expansiva de la movida madrileña empezaba a dar mucho que hablar y contagiaba a gran parte de la juventud española de la época. Durante 15 años, los Ceronoventayuno grabaron discos y dieron conciertos dentro y fuera de España ante un público numeroso y fiel. El cansancio que provocan los kilómetros recorridos y los conciertos dejaron aparcada aquella aventura musical y Tacho, lejos de seguir el camino previsible de la barra anónima de un bar, se inventó una nueva carrera lejos de la batería y las canciones, pero cerca de las inquietudes que durante varias generaciones han llenado de artistas su familia: su tío abuelo fue Aníbal González, arquitecto principal de la Plaza de España de Sevilla, construida para la Exposición Iberoamericana de 1929; su abuelo Cayetano González es un reconocido orfebre que ha trabajado en los diseños de plata de buen número de tronos de la Semana Santa sevillana; y su padre tiene en el Albaicín granadino su taller de grabado.
Cinéfilo y estudioso, Tacho prueba suerte como guionista de televisión y participa en series como Plaza Alta, Arrayán o La Dársena de Poniente, convirtiendo su imaginación creativa en forma de vida, curtiéndose como cineasta en la que quizá sea la mejor escuela de guionistas: las teleseries o culebrones que a pesar de su discutible calidad permiten, con su inmediatez, un veloz tránsito entre estilos cinematográficos. Los guionistas, sin embargo, nunca han gozado del reconocimiento que merecen, y desde que el cine francés de los setenta encumbrara a los directores como únicos e indiscutibles autores, se hace necesario el salto a la primera línea de los créditos para que el trabajo reluzca y el nombre del creador se asocie a la película. Después de dos intentos, Mi tío Paco ha sido el trabajo que ha puesto a Tacho González en el disparadero de salida hacia un merecido reconocimiento.
Mi tío Paco cuenta con ironía la desventurada forma de ligar de un guapo de playa de los años setenta, al que ayuda en su labor un sobrino muy despierto que acaba siendo el alumno aventajado que supera al maestro. La película, rodada en Islantilla pero representante de cualquier playa nacional, refleja con exactitud lo que entonces nos parecía moderno y hoy nos mueve a la sonrisa: biquinis enormes para ellas, bañadores ceñidos y finos bigotes para ellos, radiocasetes y botellines de cerveza. Visto desde nuestra era de mp4 y adolescentes que son adultos a muy temprana edad, las peripecias del protagonista no dejan de provocar en el espectador un íntimo gesto de ternura.
La película se ha paseado con éxito por más de 30 festivales nacionales que la han premiado una y otra vez, y ahora empieza un recorrido internacional que la llevará en los próximos meses a Sapporo, Manchester o Corea, donde la cinta ya ha sido seleccionada, mientras entre aeropuerto y aeropuerto Tacho González ultima el guión de lo que será su primer largometraje, al que sus cortos anteriores hacen merecedor de toda nuestra atención y confianza.
Javier Bozalongo es autor de Viaje improbable, que obtuvo recientemente el Premio Surcos de Poesía.
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