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Columna
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Leales con Condoleezza

Evitemos toda confusión. Que nadie pueda entender las líneas que siguen como si fueran dictadas desde apriorismos antinorteamericanos, que nos son por completo ajenos. Demos con fuerza y convicción los gritos de rigor. Proclamemos nuestra admiración decidida por EE UU. Agradezcamos su contribución impagable para la recuperación de las libertades europeas pisoteadas por el nazismo. Reconozcamos sus aportaciones espléndidas en materia de derechos humanos. Rehusemos hasta la más pequeña brizna del rancio criticismo, anclado en estereotipos antiimperialistas carentes por completo de sentido. Pero yendo presurosos por la senda del pronorteamericanismo, esforcémonos por ser como los propios norteamericanos. Mostremos, cuando así nos parezca, toda la contundencia precisa a la hora de discrepar de las políticas de la Administración instalada en Washington. Manifestemos con claridad nuestro leal saber y entender cuando en ocasiones las juzguemos inadecuadas. Démonos a la lectura de los mejores periódicos norteamericanos donde se publican sin ambages posiciones disidentes. Sigamos a los columnistas prestigiosos que, si viene al caso, le cantan al presidente Bush o al lucero del alba las verdades del barquero. Arrojemos de nosotros el alma de esclavo que propugna por ejemplo ese laboratorio de ideas de perversión, especializado en la negación de la evidencia, en que se ha convertido la FAES y su esforzado cortejo aznarista.

Si José Luis Rodríguez Zapatero permaneció sentado en la tribuna de la Castellana al paso de la bandera de Estados Unidos en aquel desfile de 2003, cuando sólo era jefe de la oposición, parece que ya ha pagado esa cuenta. Y si siendo presidente del Gobierno tuvo en Túnez en 2004 un reflejo kantiano para elevar la retirada de las fuerzas españolas de Irak al rango de modelo de comportamiento para los demás, que digan nuestros amigos de la Casa Blanca a cuánto asciende la factura. Pero ahora resulta insufrible la actitud de la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, azuzada, digámoslo en su disculpa, por la mayoría de los medios de comunicación españoles, a quienes sólo mortifica que nuestro Gobierno falte a los supuestos deberes de sumisión respecto a Washington.

Condoleezza Rice preparó su llegada con ejercicios de precalentamiento. Empezó por manifestar sus discrepancias con la política del Gobierno español respecto a Cuba. Cuánto mejor hubiera sido seguir la norma elemental que exigía alterar el orden de los pronunciamientos: primero en privado con sus interlocutores oficiales españoles y sólo después en público. Además de que, sin salir de Cuba, el presidente Bush nos debe a todos una reparación básica: el cierre del campo de prisioneros de Guantánamo, donde impera un régimen alegal, un limbo jurídico escandaloso, fuera incluso de los convenios de Ginebra.

Aceptemos que como españoles, miembros de la Unión Europea y de la Alianza Atlántica, nunca saldaremos la deuda de gratitud con los Estados Unidos pero es imposible que miremos para otro lado cuando se producen abusos. Si reclamamos el cierre de Guantánamo es porque de no hacerlo acabaríamos teniendo aquí otros guantánamos. Nuestra invitada sabe también el interés español por los vuelos de la CIA, dedicados al transporte de secuestrados para su tortura outsourcing a cargo de servicios amigos dispuestos a la abyección. Son las mismas explicaciones que le están exigiendo en el Capitolio y en los medios de comunicación norteamericanos.

Tampoco son aceptables las críticas de Condoleezza Rice al ministro de Defensa, José Antonio Alonso, quien manifestó su desacuerdo con los "bombardeos indiscriminados" de los norteamericanos en el oeste de Afganistán y las muertes de civiles que han causado. Esas operaciones deberían haberse consensuado porque allí está desplegado, pie a tierra, el contingente militar español sobre el que sobrevendría la única reacción posible de los bombardeados. Discrepamos de que "quien está pagando en dinero y vidas" la reconstrucción son los norteamericanos. Nosotros también hemos tenido esos costes y nadie puede obligarnos a cambiar las "reglas de enfrentamiento" que hemos dado a nuestras unidades. Queremos lo mejor para nuestra huésped de unas horas y para su admirable país, pero debemos ser leales y de nada valdríamos si nos perdiéramos el respeto a nosotros mismos.

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