Inolvidable
Como hizo Jesucristo con el vino en las bodas de Caná, la Orquesta Nacional, sin querer o queriendo, ha dejado lo mejor para el final, concluyendo su temporada con una versión inolvidable de la Octava de Mahler, esa Sinfonía 'de los Mil' con la que su autor triunfara en vida y cuya espectacularidad no garantiza el éxito inmediato, tanta es la música, y tan compleja, que lleva dentro. Desde el primer acorde del órgano aquello era otra cosa, con ese punto de emoción que hace un nudo en el estómago y que lleva al oyente hasta el final en una suerte de suspiro. El domingo todo el mundo andaba más o menos como este crítico, con el ánimo encogido ante el espectáculo que esta orquesta de nuestros pecados, que al fin parece levantar cabeza seriamente, nos estaba dando.
Orquesta y Coro Nacionales de España
Josep Pons, director. Karlsen, Nisula, Monar, Vermilion, Parry, Pohjonen, López, Sumegi. Coral de Bilbao. Coro del Conservatorio de Bilbao. Mahler: Sinfonía nº 8. Auditorio Nacional. Madrid, 3 de junio.
Dirá el lector de esta pieza que el crítico exagera, pero, créanme, en absoluto. Se hablaría de milagro si no fuera porque Josep Pons se ha echado esta orquesta a la espalda y ha empeñado su reputación para sacarla adelante contra viento y marea. No había más que fijarse en la mirada del maestro para saber que ahí pasaba algo, que esto no era algo que se pueda hacer todos los días, que la música tiene estas cosas y cuando se pone así no hay quien la pare. Y el resultado iba saliendo con una fluidez inesperada, increíble pero cierto, en el mismo aire que dos días antes había sido testigo del sensacional Concierto en sol menor de Ravel que Javier Perianes, la Sinfónica de Londres y Daniel Harding habían puesto en los cuernos de la Luna. Fin de semana, pues, de esas emociones que justifican con creces tanto concierto y tanta gaita.
Primero de todos, Pons. Ese maestro honrado a carta cabal es también un músico de los pies a la cabeza, que empieza a hacer, por eso mismo, una carrera internacional bastante seria. Supo muy bien lo que hay en ese Mahler siempre entre la tierra y el cielo, en ese eterno femenino que a él le salió rana pero que Goethe entroniza y punto. Supo mostrar diáfanamente las líneas de fuerza de la partitura, sus recurrencias, lo que nos hace evocar otros rincones de la intrincada casa mahleriana. Se sirvió de una orquesta en estado de gracia -ni un solo fallo digno de mención y qué arranque del segundo movimiento- de tres coros en excelente forma -el Nacional ya con la impronta personal que le ha dado Mireia Barrera, el de Bilbao estupendo y los niños sin desafinar, cosa increíble-, de unos solistas en los que destacó sin duda José Antonio López pero entre los que estaban una excelente Iris Vermilion y una Isabel Monar cuyo vibrato no afligía sino añadía emoción a la cosa. Más el arrojo de Turid Karlsen y Mika Pohjonen, la nobleza de Daniel Sumegi, la entrega de Päivi Nisula y Susan Parry. Y todos llegaron al final con el alma en vilo, firmando una página al rojo vivo en la difícil historia de esta orquesta que anuncia una próxima temporada de muchos quilates y que en ésta ha advertido que sigue viva y coleando. Así se hace.
Babelia
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