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Columna
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Europa y el liderazgo global

Josep Ramoneda

Dice el historiador alemán Kart Schlogel que Europa es "un escenario de una cantidad inabordable de historias entrelazadas". Sobre la urdimbre que los pueblos europeos han ido trazando, con la razón pero también con la sinrazón, la sangre y el fuego, se ha ido construyendo la Unión Europea. Sin duda, es el más exitoso de los procesos de formación de estructuras supranacionales que ha conocido el mundo. Pero es un proceso: es decir, está inacabado y, en cierto sentido, es inacabable porque los valores que representa operan como un atractivo imán para los países vecinos y los no tan vecinos. Como proceso tiene sus altibajos. En un continente, que se ha movido siempre entre "la utopía y la melancolía" (Wolf Lepenies), no es de extrañar que los parones sean vividos como crisis y que los fantasmas de los distintos pueblos europeos reaparezcan de vez en cuando. Europa vive bajo una doble presión: la de las naciones que la componen que se resisten a ceder, en la medida en que, por mucho que la globalización avance a pasos de gigante, la experiencia de los ciudadanos sigue siendo fundamentalmente nacional y local. Y la del proceso de cambio que el mundo está experimentando que obliga a encontrar mecanismos colectivos de toma de decisiones eficaces si quiere tener un papel como actor destacado en un nuevo orden multilateral.

En la escena internacional, Europa es vista como un interlocutor fiable porque "a diferencia de los americanos, no se atribuye a los europeos intereses de poder político", decía el ex canciller Gerhard Schroeder en el Encuentro de Sitges del Cercle d'Economia. No estoy seguro de que este aparente desinterés de los europeos sea un valor positivo. Puede que sirva para que Europa sea vista con simpatía, pero sin voluntad de poder no hay capacidad de intimidación a la hora de las negociaciones y las disputas. Y Europa se resiente de esta debilidad. En cualquier caso, es cierto, como dice Schroeder, que Europa tiene que demostrar que puede ser no sólo un "actor global", sino un "líder global". Y precisamente esta incapacidad para el liderazgo mundial está en el trasfondo de la actual crisis de la Unión Europea, la que estalló con el No de Francia y Holanda a la Constitución.

La renuncia de Tony Blair en beneficio de Gordon Brown completa el cuadro de la sustitución de los que lideraron el fracasado proceso institucional. Ya no está ni Chirac, ni el propio Schroeder; en su lugar tenemos a Sarkozy y Angela Merkel. Precisamente la llegada de Sarkozy ha sido recibida como un maná. Y, sin embargo, Sarkozy es un personaje de europeísmo muy sospechoso. Su propuesta de Unión Mediterránea suena a misil en la línea de flotación de la Unión Europa, a mayor gloria de Francia. Su rotundo No a Turquía, además de ser de una cortedad de miras impresionante porque cierra una oportunidad de que un país musulmán demuestre su compatibilidad con la democracia, es un brindis a las bajas pasiones del sector más extremista del electorado francés. Pero, en fin, el nuevo presidente francés, en su rol de redentor, pretende salvar el parón provocado por los electores de su país promocionando la idea de un minitratado, tratado simplificado o "tratado básico", como le gusta decir al presidente Zapatero.

En las circunstancias de crisis los políticos tienen mucha tendencia a convertir un apaño en una solución. ¿De qué se trata? De agilizar las reglas del juego de la comunidad -especialmente, las mayorías necesarias para la toma de decisiones- sin tener que volver a consultar a los ciudadanos por referéndum. Un juego de manos que no estoy seguro de que ayude a mejorar la relación de la ciudadanía con el proceso europeo. El fracaso del referéndum en los países más respondones puso de manifiesto uno de los puntos débiles del proceso de Unión Europea: la pésima estrategia de implicación de los ciudadanos. Sin duda, fue una buena idea empezar por la unión económica y, a partir de ella, ir tejiendo las instituciones políticas. La unidad de mercado y de moneda es una vía segura para que los ciudadanos entiendan que sus vecinos de antes pertenecen ahora a la misma familia de consumidores. Pero todo el proceso se ha hecho de una manera muy dirigista desde las élites y cuando, al final, se han acordado de dar la palabra a los ciudadanos, éstos han aprovechado la oportunidad para expresar su descontento. El carácter elitista del proceso ha marcado, además, el estilo de las instituciones europeas, cerradas sobre sí mismas, burocratizadas, alejadas de la gente. Pues bien, los referendos habían llevado Europa a la calle y ahora, en vista del fracaso, los dirigentes europeos se las ingenian para quitar de nuevo la palabra a los ciudadanos, no fuera que algún No volviera a frustrar el proceso.

El caso de España es especialmente lacerante. Los ciudadanos españoles que votaron mayoritariamente a favor de la Constitución se encontrarán ahora con un minitratado que ellos no votaron. O sea, su voto ha sido perfectamente inútil. Tenía razón el ex presidente Jordi Pujol de preguntarle a Zapatero, a la vista de éste y de lo que pueda pasar con otro referéndum que todos sabemos, qué valor tiene el referéndum en España. El argumento de que el minitratado es una parte del todo que España votó es, para ser generoso, más que endeble.

En este camino estamos. Y el hiperactivo Sarkozy ha puesto el minitratado como catalizador en la caldera europea, con Angela Merkel como directora de orquesta. Dicen que este minitratado debe contener lo esencial de la Constitución y dejar lo accesorio. Pero, ¿ciertamente es lo accesorio -los elementos identitarios y otras murgas- lo que rechazaron los franceses y los holandeses? ¿Tiene sentido Europa sin una clara definición de los derechos y valores que la informan? ¿Serán capaces los dirigentes europeos de ponerse de acuerdo en lo que más les puede: el reparto del poder? Tanto Almunia como Zapatero o el propio Schroeder parecían optimistas. Hay dos incógnitas: Gran Bretaña, como siempre, y los polacos. Schroeder llamó la atención sobre los mellizos que están dirigiendo Polonia desde una actitud antieuropea, antirrusa y antialemana. ¿Y Gordon Brown? ¿Qué hará Gordon Brown necesitado de ganar votos en el corto tiempo que le queda hasta las elecciones? Patéticamente, la preocupación de todos parece ser sólo una: que no haya referendos. O sea, el miedo a la calle sigue dominando en Europa. Es el miedo al referéndum, pero también es el miedo a Turquía y es el miedo a los compromisos. Minitratado, ¿para qué? Para fijar las mayorías en la toma de decisiones y acabar con los vetos, para dar mayor peso y contenido a la política común especialmente a la política exterior, con un presidente con mandato largo y un ministro de Exteriores, para dar mayor prioridad a la legislación comunitaria y para consagrar los valores, los derechos y las reglas del juego. ¿Y si todo eso se consigue será muy distinto de la Constitución? Todo es un simple juego para convertir el No de Francia y de Holanda en sin volver a pasar por los ciudadanos. ¿Con tan poco coraje en sus élites Europa puede realmente andar el camino que le separa del liderazgo global?

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