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Secuestrado un empleado iraquí de la Embajada española en Bagdad

Assad Almule desapareció hace casi dos meses cuando se disponía a viajar a España

Miguel González

Como las demás legaciones diplomáticas, la Embajada española en el barrio bagdadí de Mansur es una fortaleza. Muros de hormigón de cuatro metros de altura la rodean y hasta cuatro controles policiales impiden acercarse a ella. Toda esta protección no le ha servido de nada a Assad Almule, un iraquí de unos cincuenta años de edad que desde hace una década trabaja como administrativo en la representación española. Desde principios de abril no ha dado señales de vida. Tampoco de muerte, aunque su familia ya sólo lo busca en los depósitos de cadáveres.

Un total de 34.452 civiles perdieron la vida en Irak el año pasado, según Naciones Unidas. A mediados de marzo, EE UU presentó de manera triunfalista los resultados de su plan de seguridad para Bagdad, que incluyó el despliegue de 30.000 soldados adicionales: en un mes los muertos pasaron de 1.440 a 265, los heridos de 3.192 a 781, los secuestros de 98 a una decena y los coches bomba de 56 a 36. Incluso si los datos fueran fiables, lo que muchos cuestionan, aún habría casi 10 crímenes diarios.

En las estadísticas no figura, sin embargo, Assad Amule, por la sencilla razón de que no hay cadáver, ni petición de rescate, ni siquiera denuncia. "¿Cómo vas a acudir a la policía si no sabes si han sido ellos?", alega un residente en la capital iraquí.

Amule es abogado de profesión y chií de confesión. Como otras 100.000 familias desde que estalló la guerra fratricida y sectaria que está desangrando el país, decidió mudarse desde el barrio suní en el que residía a otro de mayoría chií.

En su nuevo vecindario no halló, sin embargo, la seguridad que buscaba. Al contrario. Amule formó parte del Ejército en la época de Saddam -aunque no llegó demasiado alto en el escalafón, sólo al empleo de capitán- y, como todos los militares, participó en la guerra contra Irán. Eso fue suficiente para hacerle sospechoso a ojos de algunos correligionarios.

A casa por libros

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El abogado expresó sus temores a sus compañeros de trabajo y los responsables de la Embajada española los tomaron muy en serio. Se le tramitó con toda urgencia un pasaporte y un visado para que pudiera viajar a España y pedir asilo político. Incluso se contactó con la comisaría de policía de Barajas para que los agentes no le pusieran ninguna pega a la entrada.

Se le advirtió de que fuese discreto y no comentase con nadie su próximo viaje. Incluso, se le recomendó que se mantuviera alejado de su casa.

Amule no siguió el consejo. Pocos días antes de partir acudió a su domicilio, en el barrio de Jihad, al oeste de la capital, para recoger unos libros. Nunca más se supo de él.

De manera confidencial algunos vecinos han contado -aunque estas versiones hay que ponerlas en cuarentena- que vieron cómo hombres armados le disparaban en una pierna y le obligaban a subir en su propio vehículo, alejándose con él a toda velocidad.

Ni la familia ni la Embajada han recibido petición alguna de los presuntos secuestradores. La esposa de Amule ha recorrido todos los hospitales y morgues de Bagdad sin hallar ningún rastro. La última posibilidad es acudir a Kerbala, donde se almacenan cientos de cadáveres sin identificar. Por 1.500 dólares es posible realizar allí una última búsqueda, aunque la familia, que vivía exclusivamente del sueldo de Amule, no está en condiciones de pagarlos. La Embajada se plantea darlo por muerto, para poder ayudar económicamente a la viuda.

Ni siquiera es fácil saber quiénes fueron sus agresores. La insurgencia suní, las milicias chiíes o simples delincuentes comunes, que campan a sus anchas en medio del caos. Trabajar en una embajada occidental ya supone un factor de riesgo.

El caso de Amule es el más dramático, pero no el único, entre los empleados locales de la representación española. Un ordenanza, que también ha sido amenazado, planea trasladarse a España con su hija; y una administrativa tuvo que tomar unos días de baja tras recibir disparos de la policía cuando acudía al trabajo en su coche.

En Bagdad, la estadística diaria de víctimas civiles tiene nombre y apellidos.

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Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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