_
_
_
_
Elecciones 27M
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Tablas

Enrique Gil Calvo

Los resultados de las elecciones territoriales del pasado domingo 27 de mayo deberían interpretarse como unas "tablas", más que como un empate técnico. Estrictamente hablando, empate aritmético no hay, aunque así lo parezca en términos porcentuales, pues al agregar a escala estatal el voto de las municipales surge como saldo contable un claro ganador, el PP, y por tanto un neto derrotado: el PSOE. Es verdad que la diferencia no parece muy abultada, pero su valor simbólico resulta muy significativo. Sin embargo, en términos políticos las cosas son más complejas, pues ese balance aparentemente favorable al PP oculta una correlación de fuerzas bastante más equilibradas pero incomparables entre sí (inconmensurabilidad que me llevar a hablar de tablas más que de empate stricto sensu). Recuérdese la broma de que si yo me como un pollo y tú ninguno la media estadística es la mitad para cada uno.

Pues bien, aquí ocurre algo parecido: el PP se ha comido Madrid y la costa levantina mientras el PSOE se ha comido el resto. Es la conocida fractura entre las dos Españas divididas por la crispación, que se reparten a medias el PSOE y el PP.

Y si hay tablas que se neutralizan es porque cada uno de los platillos de la balanza arroja contradicciones internas que la re-equilibran. Por lo que respecta al PP, su victoria ha sido pírrica, en la medida en que pierde mucho más de lo que gana. En efecto, su ventaja de votos sobre su competidor se concentra en aquellos territorios que ya eran suyos, donde se encastillan sus fuerzas cada vez más sitiadas. Pero fuera de sus feudos cada vez pierde más poder territorial (comunidades autónomas, capitales de provincia, alcaldías, concejales), que debe ceder a las cambiantes coaliciones de sus múltiples adversarios.

En cuanto al PSOE, también aparece lastrado por una paradoja simétricamente opuesta. La suya podría parecer una derrota sabrosa, en la medida en que gana una buena parte del poder territorial que está perdiendo su rival. Pero si nos fijamos mejor, y a juzgar por la rampante abstención, está perdiendo por hemorragia incontenible todo el capital electoral que acumuló el 14 de marzo de 2004. Es verdad que no ha sufrido tan gran voto de castigo como el que desautorizó a Tony Blair hace poco tiempo en una elecciones análogas a estas. Pero Zapatero sí que ha sufrido una contundente abstención de castigo, que bien podría deberse al fracaso de su política autonómica y antiterrorista. Por lo tanto, cabe decir que ambos contendientes, cada uno a su manera, han salido del lance equitativamente derrotados en términos reales, como si el electorado hubiera querido castigarlos al alimón.

¿Cómo explicarlo? Todo se debe a que, desnaturalizando su carácter local, la campaña se planteó por ambas partes como un referéndum negativo de castigo al rival estatal: Rajoy llamó a castigar a Zapatero por su fracaso autonómico y antiterrorista, y lo mismo hizo éste, que también llamó a castigar a aquél por su estrategia de crispación. Pero claro, semejante llamamiento tuvo muy distintos efectos movilizadores. La petición de castigo al Gobierno en el poder es muy estimulante, como pudo verse no sólo el domingo pasado sino también en las municipales de 2003 o en las generales de 2004. En cambio, la llamada de castigo al jefe de la oposición no suele tener demasiado efecto, según acaba de averiguar Zapatero, que se equivocó al entrar en el juego de Rajoy. De ahí el aviso que le han dado de cara a las generales, un aviso que también lo es para los electores, que si se descuidan con su abstención pueden devolverle el poder al PP de Rajoy.

Esto hace que la votación del domingo se utilice por muchos como un augurio predictor de un próximo vuelco electoral, partiendo de la presunta regularidad de que un cambio de signo en las municipales anuncia siempre la alternancia en las generales. Pero yo no creo en semejante determinismo. Todos sabemos que, de no ser por la matanza del 11-M, el PP hubiera ganado las generales de 2004 a pesar de haber perdido las municipales de 2003. Y Zapatero podría lograr otro tanto.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_