Intensidad
Hete aquí que los resultados de las elecciones vuelven a dibujar una España dividida en dos bloques de equivalente envergadura. A decir verdad esta dualidad no es nada rara, y hay muchos países asentados en una sólida bipolaridad aún más clara que la nuestra, porque aquí la izquierda está compuesta por dos partidos. Pero eso, que en otras partes se toma con naturalidad como un juego de alternancia política, aquí enseguida es etiquetado con el rancio sambenito de las dos Españas, una frase que augura desmesura, intolerancia y ansias de lanzar escupitajos al rostro del oponente. En cualquier otro país, en fin, un resultado tan ajustado haría reflexionar a los partidos sobre la necesidad de contar y colaborar con la otra mitad de la población, pero aquí lo único que parece fomentar es un subidón de testosterona y bilis, y el redoblado propósito de intentar aniquilar al adversario. Llevamos siglos en España intentando aniquilarnos los unos a los otros con diversos métodos, algunos más sangrientos y otros menos, y nunca se logró cambiar esa composición bipolar; a estas alturas deberíamos haber aprendido a aceptarnos, pero se ve que somos unos zopencos.
Viví mi primera juventud en el final del franquismo, acudiendo a las manifestaciones muerta de miedo (siempre fui muy cobarde) y soñando con una sociedad normalizada que me permitiera desentenderme de la política, que nunca me gustó. Pero después de Franco vino la Transición, que era un puro soponcio cada día, y luego el golpe del 23-F y persistentes ruidos de sables, y los numerosos asesinatos de ETA, y el horror del GAL, cuya investigación dividió a la izquierda de una manera feroz hasta terminar con altos cargos del PSOE condenados y en la cárcel. Y después llegaría la calamitosa guerra de Irak, y el trágico 11-M con su inacabable secuela de manipulaciones, y más ETA, y más gritos, y más insultos. Qué país tan intenso, maldita sea. Es como si viviéramos en una especie de perpetuo estado de excepción político y social. Tanta efervescencia nos tiene agotados: según encuestas, a tres de cada cuatro españoles no les interesa nada la política. La verdad, yo envidio el tedio administrativo de los suizos, por ejemplo. ¡Abajo la intensidad y viva el aburrimiento democrático!
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