_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Intensidad

Rosa Montero

Hete aquí que los resultados de las elecciones vuelven a dibujar una España dividida en dos bloques de equivalente envergadura. A decir verdad esta dualidad no es nada rara, y hay muchos países asentados en una sólida bipolaridad aún más clara que la nuestra, porque aquí la izquierda está compuesta por dos partidos. Pero eso, que en otras partes se toma con naturalidad como un juego de alternancia política, aquí enseguida es etiquetado con el rancio sambenito de las dos Españas, una frase que augura desmesura, intolerancia y ansias de lanzar escupitajos al rostro del oponente. En cualquier otro país, en fin, un resultado tan ajustado haría reflexionar a los partidos sobre la necesidad de contar y colaborar con la otra mitad de la población, pero aquí lo único que parece fomentar es un subidón de testosterona y bilis, y el redoblado propósito de intentar aniquilar al adversario. Llevamos siglos en España intentando aniquilarnos los unos a los otros con diversos métodos, algunos más sangrientos y otros menos, y nunca se logró cambiar esa composición bipolar; a estas alturas deberíamos haber aprendido a aceptarnos, pero se ve que somos unos zopencos.

Viví mi primera juventud en el final del franquismo, acudiendo a las manifestaciones muerta de miedo (siempre fui muy cobarde) y soñando con una sociedad normalizada que me permitiera desentenderme de la política, que nunca me gustó. Pero después de Franco vino la Transición, que era un puro soponcio cada día, y luego el golpe del 23-F y persistentes ruidos de sables, y los numerosos asesinatos de ETA, y el horror del GAL, cuya investigación dividió a la izquierda de una manera feroz hasta terminar con altos cargos del PSOE condenados y en la cárcel. Y después llegaría la calamitosa guerra de Irak, y el trágico 11-M con su inacabable secuela de manipulaciones, y más ETA, y más gritos, y más insultos. Qué país tan intenso, maldita sea. Es como si viviéramos en una especie de perpetuo estado de excepción político y social. Tanta efervescencia nos tiene agotados: según encuestas, a tres de cada cuatro españoles no les interesa nada la política. La verdad, yo envidio el tedio administrativo de los suizos, por ejemplo. ¡Abajo la intensidad y viva el aburrimiento democrático!

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_