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Columna
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Cultura

Leo que cuatro muchachos, entre los 19 y los 20 años, se entretuvieron persiguiendo, molestando, humillando y haciéndole daño a otro, menor que ellos, de 16 años, y bebido, en Rincón de la Victoria, muy cerca de Málaga, hacia el este. Ahora los ha detenido la Guardia Civil, aunque la diversión violenta fue en febrero. La detención ha venido de un vídeo colgado en YouTube, retirado por los responsables de esa firma en Internet, pero inmediatamente reeditado y publicado otra vez por los cineastas y actores, reales y agresivos, en un nuevo montaje ampliado de cinco minutos, como si suplicaran que los viera la policía.

Es extraño ese placer en el dolor ajeno, y más extraño es el exhibicionismo, la confesión en público que los ha puesto en manos de la Guardia Civil. Es extraño, pero frecuente, cada vez más usual en la región. La novia de un gamberro graba con el teléfono móvil la paliza que su enamorado le pega a un profesor en los pasillos del instituto; unas colegialas de 14 años apalean a una compañera, en clase, mientras otra de la pandilla lo graba en el teléfono móvil: son casos recientes de creatividad popular, incluso con películas vendibles a las cadenas televisivas.

Tenemos una educación visual concentrada en momentos violentos, desastrosos, como si lo que diera sentido a la vida fueran esos sucesos, esos incidentes desagradables. Los telediarios son una acumulación de catástrofes naturales y artificiales, voluntarias, puramente humanas. Paul Virilio decía que, si cada día los telediarios no nos abastecen de imágenes de catástrofes, pequeñas o grandes, nos dejan la sensación de que no ha pasado nada y el tiempo se nos ha ido inútilmente. Es como si la vida feroz nos curara del aburrimiento, del sinsentido de los días anodinos.

Estos momentos-noticia, captados por las cámaras, se reciclan y repiten sin fin, y lo admirable es que le hemos encontrado un aspecto divertido al sufrimiento. He visto películas dedicadas enteramente a desastres que mueven a risa. El tortazo jocoso, grabado en teléfono móvil, habla mucho sobre el inmenso aburrimiento propio de los cuarteles, los colegios, las fiestas que son como concentraciones penitenciarias masivas, todos esos sitios colectivos en los que uno puede sentirse bastante solo. El amor, o afecto, o camaradería, que existe entre cuatro personas se resume, en el caso de los muchachos malagueños de Rincón de la Victoria, en juntarse para empujar y patear a otro más pequeño y un poco borracho.

El cine americano reciente, infantil y bestial, ha contribuido mucho a este espíritu de palizas estupendas y amenas. Qué alegría vernos en una pantalla, de TV o de ordenador, muchas veces repetidos, dentro de una gran tradición cinematográfica. Lo que antes se hacía en dibujos animados con animales (impactos terribles entre gatos y canarios, y entre ratones y gatos), ahora se hace con personas. Los programas familiares de la televisión también lo han aprendido: las únicas familias interesantes son las que viven cruelmente, entre desencuentros y peleas y traiciones, rondando la cárcel. Lo más entretenido es un perpetuo schockumental de imágenes y palabras desgraciadas.

Los directores de cine daneses Lars von Trier y Thomas Vinterberg fundaron en 1995 el grupo Dogma 95, ansiosos de películas que respiraran verdad, rodadas con la cámara en la mano, auténticamente dramáticas. Así que, con sentido del humor y de la realidad, prohibieron el uso de acciones superficiales, sensacionales, como son los crímenes y cataclismos que caracterizan al cine americano, hoy universal. Para la actual industria del entretenimiento, el único mundo interesante es el mundo catastrófico, intrigante y delincuente, aunque sea a escala mínima, doméstica, e incluso política.

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El móvil es una estupenda herramienta, un confesionario, un hermano, una prótesis, el dispositivo que nos conecta con el mundo. Se denuncian a sí mismos esos muchachos que se graban y lo difunden en Internet. Pero no creo que sean especialmente idiotas, o malos, con respecto a niños de otro tiempo. Viven en su época, de acuerdo con el adiestramiento social que reciben. Cumplen el deber de adherirse a la cultura vigente.

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