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Columna
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Cursos, cursillos y seminarios

En el juicio oral por los atentados en Madrid del 11-M, hay letrados que no tienen el más mínimo interés en asediar, procesalmente hablando, a los acusados. Los acusados les importan un demonio. Hay letrados que están allí para otra cosa: para mantener, del modo que sea, el infundio de que ETA tuvo algo que ver en el asunto. Para ellos cualquier otro fin es secundario: castigar a los verdaderos autores del delito es secundario, resarcir a las víctimas es secundario, pedir justicia es secundario. En pos de su objetivo principal, no hay nada que se les resista. Toda vale si ayuda a sostener la insostenible teoría de la conspiración, hasta ensuciar la reputación de muchos funcionarios del Estado. Acaso en otro tiempo la derecha española consideró que la policía española era, a fuer de española, españolamente suya, pero desde que les incomoda la ponen a bajar de un burro.

Esta misma semana la prensa relataba uno de los delirantes interrogatorios en que se visualiza esa nueva estrategia. Un letrado en el juicio del 11-M ponía en cuestión el prestigio de todo policía que pasara por allí desmontando la tesis de la vinculación de ETA con las tramas islámicas.

-Y ustedes, ¿qué experiencia tienen?- pregunta el abogado de la AVT a uno de los policías interrogados.

El policía contesta que tiene más de 25 años de experiencia en la lucha contra ETA.

-Pero, en ese tiempo... ¿les han dado algún tipo de curso?- insiste el abogado.

Puede parecer absurdo, pero toda esta invectiva en contra de la teoría de la conspiración del 11-M tenía como único fin llevarnos a los cursos, cursillos y seminarios, esos cónclaves a los que debe asistir todo funcionario que se precie. En efecto, un funcionario debe pasarse parte de la vida (media vida, por ejemplo) yendo a cursillos (no importa a qué cursillo, no importa para qué) que justifiquen, a efectos curriculares, la excelencia de su oficio.

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"¿Les han dado algún tipo de curso?", preguntaba el paniaguado de la AVT a un policía con 25 años de servicio. Y es que el mundo contemporáneo está lleno de cursos, cursillos y seminarios; el mundo está infestado de mesas de encuentro, grupos de calidad y jornadas de formación; hay encuentros y talleres; hay congresos; hay conferencias. Por encima, incluso por debajo, de las distinciones académicas, los cursos y los cursillos acrecientan las potencialidades de una cumplida biografía. Aún más: décadas y décadas de trabajo, de esfuerzo y de ahondamiento en una vertiente concreta de la realidad pueden verse seriamente cuestionados si algún letrado, algún burócrata, algún ser malintencionado, le pregunta a uno acerca de los cursillos que ya ha hecho y si repregunta luego acerca de si esos cursillos son (o no son) los suficientes.

Una vida sin cursillos ni seminarios no merece la pena. Una trayectoria profesional sin jornadas de trabajo, sin talleres de debate, no lleva a ninguna parte. Una vida sin workshops, en fin, es una mierda. No erraba el abogado de la AVT a la hora de elegir el arma para descalificar a un policía con más de 25 años de servicio. Utilizó la pregunta más artera de todas. Vamos a ver: ¿a usted le han dado algún cursillo?

En todo esto hay un vil aprovechamiento de nuestros más hondos prejuicios, quizás porque tales prejuicios nos sirven para categorizar la verdadera división profesional de nuestro tiempo: los pardillos son los que reciben cursillos y los listillos son los que los dan; los triunfadores participan en thinking tanks y los perdedores se limitan a los workshops. Incluso podemos intuir allá al fondo una tercera categoría profesional: la del pelotón de los torpes, la de los verdaderos inútiles, la de aquellos que ni dan cursillos, ni reciben cursillos, esos seres afortunados que a lo mejor ni saben que los cursillos existen.

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