Del desenfado a la amargura
Manuel Zelaya, del Partido Liberal, asumió la presidencia hondureña en enero de 2006, después de unas reñidas elecciones que desalojaron del poder, por apenas 75.000 votos, a los conservadores. Desde su 1,90 metros de estatura, rematados por unas botas camperas y un sombrero de ala ancha, este empresario agropecuario de 55 años y ancestros vascos prometió combatir los tres flagelos de Honduras: la brutal delincuencia de las pandillas juveniles, conocidas como maras, la pobreza y la corrupción.
No hizo concesiones a la demagogia cuando rechazó la pena de muerte para frenar una criminalidad desbocada, y las primeras medidas de su Gabinete tuvieron una gran aceptación: suprimió las tasas en los colegios públicos, creó un fondo de apoyo para la pequeña y media empresa y reservó el 1% del presupuesto nacional (casi cuatro millones de euros) a combatir la deforestación que desnuda el país. Pero la imagen desenfadada de Zelaya, al estilo del ex presidente mexicano Vicente Fox, ha dado paso, 16 meses después, a un gesto adusto. Los sinsabores del cargo empiezan a hacer mella y Zelaya apunta al mensajero. No siempre, sin embargo, su relación con los medios fue amarga. La propia prensa hondureña lo distinguió como "mejor ministro" de los Gobiernos liberales entre 1994 y 1998, por su labor al frente de la cartera del Fondo de Inversión Social.
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