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Reportaje:Ciclismo | La lacra del dopaje

Riis reescribe su historia

El ganador del Tour de 1996 confiesa que se dopó con EPO entre 1993 y 1998

Carlos Arribas

Como quien quiere dejar sus asuntos terrenales bien arreglados cuando siente que se acerca su muerte, Bjarne Riis no paró la última semana. En un viaje a Londres, el danés adelantó a los patrones del equipo del que es director, la empresa norteamericana de software CSC, que no tenía más remedio que participar en la reescritura colectiva de la historia del ciclismo en los años noventa del pasado siglo. "Te apoyamos", le respondieron; "el futuro del conjunto no corre peligro".

"El 'maillot' amarillo está en el garaje de mi casa, Pueden llevarselo cuando quieran", dijo el danés
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Tal fue el mensaje que ayer, al mediodía, transmitió el ganador del Tour de 1996 por teléfono a sus corredores, masajistas y mecánicos. Después, con el alma serena pero apenada, acudió a una sala del centro de Lyngby (Dinamarca), se enfrentó a varias decenas de periodistas y, como media docena de ex compañeros en el antiguo Deutsche Telekom los últimos días, habló.

"No; no soy digno de haber ganado el Tour", dijo Riis; "me dopé, tomé EPO [eritropoietina] entre 1993 y 1998. Formaba parte de mi vida cotidiana. Yo mismo la compraba y yo mismo me la administraba. De todas maneras, estoy orgulloso de mis resultados aunque no fueran completamente honrados. Si salgo hoy a decirlo es para asegurar el futuro de mi deporte". Riis es el primer ganador del Tour que admite haberse dopado para serlo. "Pero no me importaría que me desposeyeran de la victoria", proclamó; "el maillot amarillo está aquí, en el garaje de mi casa. Pueden llevárselo cuando quieran. Lo que nunca me podrán quitar será lo que sentí en aquellos días". El presidente de la Unión Ciclista Internacional (UCI), el irlandés Pat McQuaid, precisó, sin embargo, que, dado que han pasado más de ocho años desde los hechos, el caso ha prescrito y Riis no podrá ser desposeído formalmente de su victoria. "Sin embargo", añadió McQuaid en un comunicado, "solicito formalmente a Riis que devuelva el maillot amarillo", símbolo de su victoria.

En el podio de 1996, que, visto con perspectiva, resume a la perfección la época, acompañaron al danés su compañero de equipo el alemán Jan Ullrich, implicado en la Operación Puerto, y el francés Richard Virenque, quien dos años después se vería en el ojo del huracán por el caso Festina. El triunfador de la última edición del Tour, el estadounidense Floyd Landis, está a la espera del veredicto de su juicio tras dar positivo por testosterona.

Antes que Riis, los alemanes Bert Dietz, Erik Zabel, Christian Henn, Rolf Aldag y Udo Bölts, todos ellos, como él, miembros del Telekom en los noventa, confesaron haber tomado EPO en algún momento de su carrera. Pero la admisión de Riis cobra un valor suplementario por el peso que el gran danés, de 43 años, ostentó en su momento y ostenta actualmente en el ciclismo. Todos ellos se han visto atrapados en doble pinza por la sed de aclarar la historia que se ha apoderado de la sociedad a raíz de los indicios y los hechos revelados por la Operación Puerto, así como por las acusaciones del masajista del Telekom, Jeff d'Hont, quien en un libro reciente describía la organización del dopaje en el equipo y el papel que desempeñaban sus médicos Andreas Schmid y Lothar Heinrich. Ambos reconocieron los hechos y, como una catarata, los corredores han seguido ratificándolos con variadas puestas en escena.

Pero ninguno como Riis, apodado Míster 64 por D'Hont por su elevado hematocrito durante el Tour del 96. Simbólicamente, sobre todo. En 1996 debería haberse llegado al sexto Tour victorioso de Miguel Indurain, el aburrido ciclista que, sin más alarde que el de su calma y dominio templado de las situaciones, había hecho suya la carrera francesa entre 1991 y 1995. En su lugar se produjo la explosión de Riis, un gigante capaz de atacar en el terrible Hautacam con plato grande. Ganó en la cima, levantó los brazos vistiendo el maillot amarillo -acción que nunca llevó a cabo Indurain, que sólo ganaba las etapas contrarreloj; no necesitaba más- y despertó tal emoción en los organizadores que, al día siguiente, L'Équipe, el diario oficial, tituló a toda página: "Esto sí que es un campeón". Ayer, Christian Prudhomme, el director de la carrera, declaró que Riis "había manchado el Tour". En 1996, en su último Tour, Indurain terminó el undécimo. Dos meses después, mediada una Vuelta a España que no quería correr, abandonó el ciclismo para siempre. Sus tiempos se habían quedado atrás.

Los de Riis, no, aunque el danés, exceptuando una extraordinaria victoria en la Amstel Gold Race el año siguiente -lo que le valió nuevos titulares que también recordaban que Indurain nunca ganó una clásica como vencedor del Tour- no volvió a lograr grandes triunfos. Su valor ya le llegaba por otros derroteros. Erigido en representante de todos los corredores, en 1998, el año del caso Festina, de la sentada de los ciclistas en algunas salidas, Riis negoció directamente con Jean-Marie Leblanc, el patrón de la carrera, y consiguió que el Tour llegara hasta París, único objetivo del organizador en unos tiempos en los que muchas voces, dentro y fuera del ciclismo, incluido el diario Le Monde, propugnaban la anulación de la carrera como única medida para frenar la caída libre. Poco después, Riis colgó la bicicleta y fundó su propio equipo, el CSC, con el que quiso demostrar que era posible hacer las cosas de otro modo. Hablaba de modernización, de trabajo, de esfuerzo, de sacrificio, de profesionalidad. Hablaba del siglo XXI, de estrategias como las expediciones en plan comando en invierno para fortalecer los lazos en el equipo. Hablaba de motivación, de entrega, de responsabilidad. Hablaba..., pero su equipo, como casi todos, también se vio afectado en el siglo XXI por el demonio del que quería huir. Su principal figura, el hombre con el que iba a ganar el Tour, el italiano Ivan Basso, se vio implicado en la Operación Puerto; su principal consejero médico, el italiano Luigi Cecchini, tiene que desmentir su amistad con el médico Eufemiano Fuentes.

En las últimas semanas, el único discurso de Riis era el que llamaba a olvidar el pasado y a pensar sólo en el futuro. Hasta que el pasado lo atrapó definitivamente.

Bjarne Riis y Miguel Indurain conversan antes de tomar la salida en una etapa del Tour de 1996.
Bjarne Riis y Miguel Indurain conversan antes de tomar la salida en una etapa del Tour de 1996.SANTOS CIRILO

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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