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La ciudad de las coincidencias

El pasado 30 de abril por la mañana, Jordi Hereu visitó el palacio de La Moncloa para recibir simbólicamente de José Luis Rodríguez Zapatero la cesión a la ciudad de Barcelona del castillo de Montjuïc en las condiciones y con las servidumbres que su predecesor, Joan Clos, y cuatro de los cinco partidos del consistorio habían rechazado durante varios años; es decir, que seguirán dentro de la fortaleza las antenas de comunicaciones militares con su correspondiente dotación de tropa, y será obligatorio que ondee en el recinto la bandera española. Al salir de la audiencia presidencial, e interrogado sobre el hecho de que se anunciase el traspaso del castillo cuatro semanas antes de las elecciones municipales del 27 de mayo, el alcalde Hereu aseguró que ambos asuntos no guardaban ninguna relación, que estábamos ante una simple "coincidencia".

Desde hace varios lustros, el Ayuntamiento de Barcelona tiene el acierto de editar periódicamente una Guia de la ciutat que se distribuye de forma gratuita a todos los hogares. Se trata de volúmenes de más de 500 páginas, con excelente cartografía del término municipal y miles de datos útiles sobre equipamientos, servicios, transportes, vida asociativa, etcétera. Lo curioso es que tales guías se publican y reparten cada cuatro años justos, siempre en los meses que preceden a la celebración de elecciones locales. ¿Será por eso que la Guia de 2007 (con un coste de 3,2 millones de euros) la abren 28 páginas a todo color de pura propaganda municipal, precedidas por una foto y un texto del alcalde y candidato Hereu? ¡Claro que no! Todo son coincidencias fortuitas, y nada más.

También por pura casualidad, el gobierno municipal barcelonés ha editado y regalado al vecindario, en estos últimos meses, una suntuosa Guiabusbcn de más de 300 páginas, una Guia Passeja't per Barcelona, una serie de extensos folletos temáticos bajo el título genérico de Barcelona batega, una Guia de carrers de l'Àrea Metropolitana... Durante varios domingos de marzo, el Ayuntamiento insertó en El Periódico de Catalunya sendas revistas que ensalzaban los principales logros del mandato, y también ha contribuido a hacer posible que La Vanguardia editara y regalase a sus lectores dominicales el espectacular volumen fotográfico Barcelona 100. Todas las publicaciones citadas lucen en sus primeras páginas una foto y un mensaje del señor Jordi Hereu, aunque los textos resultan demasiado convencionales y previsibles para mi gusto. Ninguno de ellos, por ejemplo, proclama que, en Barcelona, las elecciones municipales ya no son -según rezaba el viejo tópico periodístico- "la fiesta de la democracia"; aquí se han convertido en la fiesta... del sector de las artes gráficas, que hace su agosto cada cuatro primaveras gracias al alud de propaganda institucional directa y subliminal.

No es éste, de todos modos, el único sector económico beneficiado por las coincidencias del alcalde Hereu. Aunque, en apariencia, la normativa electoral prohibía las inauguraciones a partir del 8 de abril -lo que obligó a nuestro primer edil a un frenético sprint inaugural en las fechas inmediatamente anteriores-, lo cierto es que, según ha informado este diario, el Ayuntamiento barcelonés sacó a concurso una partida de 120.000 euros para la "organización de actos artísticos y culturales para la promoción de actuaciones urbanísticas" (sic), para realizar entre abril y mayo. O sea, que también acróbatas, payasos, músicos de calle y suministradores de catering tienen motivos para alegrarse de las elecciones municipales. Eso sí: con cargo al erario público.

Sin duda, una de las ideas fuertes de la mayoría gobernante a lo largo del pasado cuatrienio municipal barcelonés ha sido la presión disuasoria sobre el uso del automóvil privado: implantación de la zona verde de aparcamiento, severísimas restricciones al tráfico en La Rambla, velocidad limitada a 30 kilómetros / hora en determinadas calles, globos-sonda acerca del establecimiento de un peaje urbano como el de Londres, etcétera. Todo ello -por supuesto- debía equilibrarse con la potenciación y mejora del transporte público. Pero, más allá de la apertura del metro los sábados por la noche -otra coincidencia, a dos meses vista de las elecciones-, y dejando al margen el desastre de las Cercanías de Renfe -que no compete al Ayuntamiento-, ¿es de veras el transporte público la prioridad que predica el discurso oficial?

A juzgar por el estudio independiente que fijó en 11,8 kilómetros / hora la velocidad media de los autobuses urbanos de Barcelona, podría concluirse que no. Pero hay pruebas más directas y contundentes, porque emanan de la estricta voluntad municipal. Permítanme exponerles una, tan pequeña como significativa. Cada 1 de enero, la Autoridad Metropolitana del Transporte modifica al alza las tarifas, pero los títulos de viaje adquiridos el año anterior conservan su validez hasta el 28 de febrero. Si, pasada esa fecha, al sufrido usuario le quedaban aún -por descuido o por error de cálculo- algunos viajes sin gastar, podía canjearlos por billetes nuevos, abonando la diferencia tarifaria, en las oficinas de Transportes Municipales de Barcelona (TMB). Eso, antes. Porque, a comienzos del actual mandato, algún mezquino burócrata decidió abolir la posibilidad del canje. Así, cada invierno, cientos o miles de ciudadanos despistados regalan a las arcas de TMB -es decir, del Ayuntamiento- algunos miles de euros con los que financiar luego inauguraciones y autobombos. ¡Curiosa forma de mimar a los pasajeros del transporte público barcelonés!

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No sin dificultades, la democracia moderna tiende a ir expulsando de los puestos de responsabilidad institucional a los políticos que roban y a los políticos que mienten. El paso siguiente consistirá en echar a un lado a aquellos otros políticos que tratan a la ciudadanía como si ésta fuese estúpida o menor de edad.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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