Elena Bugedo, deseos en forma de canción
"Tiene una voz especial...". Este comentario a la salida del bar La Tertulia en boca de más de uno de los que por entonces la descubríamos, lo recuerdo hoy en estos papeles, cuando ya Elena Bugedo ha editado Que así sea, su primer disco y también cuando concierto tras concierto por la geografía española, algunos sola y otros bien acompañada, ha ido dibujando el mapa sutil de un mundo que va ensanchando sus horizontes.
Este mundo está forjado sobre una sólida estructura de deseos y también de color: el de los pinceles y las miradas de cada uno de los que forman parte de este proyecto multidisciplinar, pero sobre todo musical, que es el Núcleo de Nuevos Autores.
"Flor de manzanilla, agua del río, / hoy me he descubierto mirándome en ti...": en Elena Bugedo esta iniciativa común es además una ciudad simbólica propia donde se elevan torres que rozan otros ámbitos de la experiencia, otras nubes de plasticidad, una ciudad de matices construida a fuerza de voz sobre los canales de muchos pentagramas.
Pero en Granada y aunque decía Lorca que ella no se miraba en el mar, que le faltaba el agua que corriera en libertad y no fuera pozo, hoy sí existe ese río caudaloso con ansia de llegar muy lejos, y lo forman ésta y otras voces de un panorama prometedor y cumplidor. Son presencias -individualidades y colectivas- que dibujan su propia estela y muchas veces comparten un rumbo, un tiempo o un alto en el camino. Entre ellas hay voces de jazz, redondas y tenues, aterciopeladas voces de blues, dedos velocísimos y ciertos sobre el blanco y el negro, maderas y metales como cuerpos en quienes podemos ver el alma que los acaricia y les da vida e ímpetu. Hay voces hondas y nocturnas levantadas por gestos que peinarán el aire, y voces de autor y vida que nos llevan de la mano... Elena es una de estas últimas, una creadora que no sólo interpreta sino que hace, imagina, y eso es lo admirable.
Las voces literarias construyen su edificio simbólico con materiales, se ha dicho muchas veces, de segunda mano y el poema que resulta es un fruto que se toma y se divide, y se reparte, y todos y cada uno de diferente manera compartimos las sensaciones y la sorpresa. En poesía no hay cover bands. Salvo circunstancias excepcionales, como un ciclo monográfico o un homenaje concreto, el poeta lee en un recital fragmentos de su propia obra. Son disciplinas distintas y no se resta mérito a estas bandas de versiones que muestran la técnica, el gusto y la profesionalidad más impecables pero eligen la opción que les va a permitir tocar la música que les gusta en más sitios y con menos riesgos -por ambas partes-.
En definitiva, al igual que el poeta, la maravilla del músico que compone su repertorio es que más allá del homenaje o la influencia, nos brinda temas propios que como frutas de maduración lenta requieren del calor y de la complicidad de quienes las reciben y convierten en parte de su propia experiencia. Entonces la sensación es parecida a la de arrojarse al vacío, con cuerdas -seis de nylon para algunos- y encontrar manos que reciben tu voz y tu palabra. Para Elena Bugedo son cada día más las que aplauden la acrobacia de sus cromatismos y la valentía de ofrecer un deseo en forma de canción.
Nieves Chillón es autora del poemario Morning blues (Cuadernos del Vigía).
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