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Columna
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La batalla de Vigo

Por ser un combate muy emblemático de esta era de globalización neoliberal, la gran batalla de los obreros de Vigo contra el trabajo precario y contra los abusos de las subcontrataciones ha sido seguida por millones de asalariados de toda Europa. Llevamos más de 20 años con una caída en picado de las condiciones de trabajo. En algún momento había que parar. Y aunque algunos medios han presentado una "mala imagen" de los huelguistas -barricadas de contenedores ardiendo, cortes de tráfico, manifestaciones en el centro de la ciudad, piquetes-, lo que ha impresionado ha sido la voluntad de los protestatarios de no dejarse despojar de sus derechos.

La huelga de Vigo ha tenido una forma original de organización: la asamblea pública en plena calle, abierta a todo ciudadano que quisiera dar su opinión. Cada día, unos 10.000 trabajadores se han reunido. Y es interesante notar que los obreros de Vigo han desarrollado un método semejante al de los jóvenes de Francia en su movimiento de la primavera 2006 contra el contrato de trabajo precario. Allí también las Asambleas estaban abiertas a todos los ciudadanos. Y allí también esas Asambleas fueron el pulmón del movimiento. En Vigo, quizás el momento más tenso se produjo el 8 de mayo, cuando la policía atacó con gran violencia a los miles de obreros que se dirigían a la estación de ferrocarril. Hubo numerosos heridos y 13 detenidos. Las fuerzas del orden trataban de desviar a los obreros hacia batallas campales para hacerles perder la simpatía de la opinión pública. Por eso, con respecto a las acusaciones sobre la "mala imagen", el representante del sindicato nacionalista de la CIG-Metal, Miguel Anxo Malvido, declaró que "los que dan mala imagen son unos empresarios incumplidores y estafadores".

Los sindicatos denuncian que 75% de las empresas de la Asociación de Industriales Metalúrgicos de Galicia (Asime), una patronal muy dura, incumple el convenio colectivo. Y la Inspección de Trabajo ha constatado, además, que emplean a inmigrantes sin contrato, y que son a su vez subcontratadas por la mayoría de los astilleros. El sector naval de Vigo está integrado por 10 astilleros y, sobre todo, por 170 empresas subcontratadoras. La subcontratación significa que una empresa externaliza la fabricación de parte de su producto final a otra. Según un informe del Consejo Superior de Cámaras de Comercio, la subcontratación industrial supone más del 14% de la producción industrial de España. La subcontratación ha surgido con la globalización neoliberal que exige más "competitividad". La globalización de la economía mundial obliga cada día a enfrentarse a nuevos competidores y, para ahorrar costes, las empresas han decidido la desmembración de sus actividades. Se está imponiendo la "fábrica difusa", en la que todo lo que no sea la actividad principal pasa a ser realizado por empresas de subcontratación. La empresa integrada que se conoció en Galicia en los grandes grupos industriales y en los astilleros en los años cincuenta ha desaparecido. Antes, los fabricantes hacían todas las piezas, pero con el aumento de la competencia mundial se han visto forzados a bajar los precios y ya no resulta beneficioso asumir todo el proceso productivo. Por eso han descompuesto la cadena de producción. Así han pasado la presión al subcontratista que ahorra costes a expensas de los trabajadores.

En la globalización es posible concebir una fábrica sin obreros, ya que estos trabajan para empresas subcontratadoras, las cuales a su vez subcontratan en cascada, hasta el punto que el obrero final no sabe para quién trabaja en concreto. Muchos sindicatos han tenido que aceptar este proceso con resignación, a pesar de los problemas que conlleva, pues los subcontratados rara vez tienen las condiciones de trabajo y de salario de la gran empresa matriz.

Por definición, las empresas subcontratadas abusan del empleo precario, el cual constituye una de las características del mercado de trabajo español. Un 35% de la población asalariada tiene un contrato precario. España ostenta el triste privilegio de ser el primero en empleo precario, de los 30 países de la OCDE. En el sector naval de Vigo, hasta hace dos años, el 90% del empleo era precario.

En una sociedad como la gallega donde el trabajo y el empleo constituyen un mecanismo básico de distribución de la renta, de posibilidad de autonomía económica y de posición social, el empleo precario sitúa al ciudadano en una posición de dependencia, de dificultad de acceso a los recursos básicos, y a menudo de exclusión social. Por eso llega un momento en que hay que saber decir ¡basta!

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