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EN SEGUNDO PLANO | Juicio por el mayor atentado en España | 11-M

Argumentos convincentes

Antonio Jiménez Barca

Los ocho que hacen la huelga de hambre se sientan todos juntos, en una esquina de la pecera blindada. Son las diez de la mañana. Comienza la sesión y hablan muy poco entre ellos.

A Rabei Osman, El Egipcio, acusado de ser uno de los cerebros de la célula yihadista, el ayuno comenzado el ocho de mayo se le nota sobre todo en las ojeras negras y en los ojos hundidos y afilados. También en cierto agotamiento en los gestos, que se puede interpretar, erróneamente, por indiferencia por lo que le rodea.

A Abdelmajid Bouchar, uno de los que, presuntamente, colocó las bombas en los trenes, en estos 11 días sin comer la piel se le ha vuelto amarilla y ha enflaquecido mucho. En sus tiempos fue atleta de medio fondo. Ahora los pómulos se le marcan como si quisieran atravesar la cara. Mira al suelo como si el juicio no fuera con él.

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No, jamás, de ninguna manera

Y sin embargo, sí que va con él. Con todos: un grupo de policías declara que organizar, montar y llevar a cabo el atentado más sangriento de España "costó poco dinero", que su fuente de financiación fue, en esencia, el tráfico de hachís.

En esto, el presidente del tribunal, Javier Gómez Bermúdez, ordena un receso. Son las doce la mañana. Los encarcelados deben bajar a su calabozo, como cada día. Antes, los huelguistas piden a sus abogados que bajen a hablar con ellos. Así, la media hora de descanso es un ir y venir de abogados a la planta baja del edificio de la Casa de Campo. Ahí, los ocho letrados se enteran de que sus ocho defendidos han decidido abandonar la huelga de hambre.

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Endika Zulueta, el abogado defensor de El Egipcio, y Francisco Andújar Ramírez, el de Youssef Belhadj, habían visitado a sus defendidos en la cárcel este fin de semana para convencerles de que volvieran a comer. "Le dije a Rabei Osman [El Egipcio] que no tenía sentido, que el juez no iba a retrasar el juicio, que comprendía su desesperación porque le considero inocente, pero que su actitud le iba a perjudicar. Además, no iba a poder coordinar bien la defensa: ¿cómo íbamos a hacerlo con alguien que acaba en una camilla?", explicó Zulueta.

A la vuelta del descanso, los huelguistas ya habían decidido abandonar. El juez solicitó que la comida que les sirvieran fuese especialmente ligera e incluyese algún complejo vitamínico. Los encarcelados que acababan de decidir volver a alimentarse conversaban ya más entre ellos. Hacían gestos. Sonreían incluso. Uno de los abogados acusadores comentó: "No ha sido una huelga: ha sido una dieta".

Y un familiar que perdió a un ser querido en los trenes lamentó la decisión con ironía, desprecio y odio: "Y yo que había venido a comerme un bocadillo delante de ellos...".

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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