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LA CRÓNICA
Columna
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El Mediterráneo entra en campaña

En su carrera hacia la alcaldía, los socialistas alicantinos acaban de recibir una inesperada ayuda del Partido Popular. Las palabras de Vicente Rambla oponiéndose a la instalación en Alicante de la Casa del Mediterráneo, como había prometido Zapatero, los han situado en el primer plano de la actualidad. Era lo que necesitaban en el tramo final de la campaña. Si algo precisaba, en este momento, Etelvina Andreu era visibilidad. La imprudencia de Rambla, que es la imprudencia orgullosa del Consell, ha colocado a Díaz Alperi en una situación comprometida, que puede afectar al propio Partido Popular.

Los socialistas alicantinos habían preparado un buen programa electoral. Puedo decirlo porque he tenido la paciencia de leérmelo, si no completo -resulta, quizá, demasiado extenso-, sí en su mayor parte. Cada día, la candidata ha visitado los barrios para exponer sus ideas sobre la ciudad; ha acudido a las playas con idéntico propósito; se ha entrevistado con los mayores, con los jóvenes, con los comerciantes. Andreu ha derrochado entusiasmo y simpatía. A pesar de este inmenso trabajo, la sensación dominante en Alicante era que los socialistas no acababan de arrancar. ¿Cómo es posible que haciendo las cosas bien -se preguntaban- y frente a un alcalde fatigado por doce años de mandato, imputado por los tribunales, no calemos entre los electores? ¿Qué nos falta a los socialistas?

Así estaban las cosas cuando Zapatero anunció el pasado jueves que la Casa del Mediterráneo se instalaría en Alicante, en el edificio de la antigua estación ferroviaria de Benalúa. En principio, la promesa de Zapatero no parecía llamada a tener grandes consecuencias sobre la campaña electoral. Por sus características, no es la clase de anuncio capaz de despertar el entusiasmo de los ciudadanos. Es probable que, en el repertorio actual de ofrecimientos, su efecto se hubiera diluido y pocos la recordasen en el momento de decidir el voto. Esto es, presumiblemente, lo que habría sucedido de no terciar en el asunto el consejero Rambla.

Al manifestar que la Casa del Mediterráneo debía instalarse en Valencia, como había decidido el Gobierno de Camps, y no en Alicante, Rambla situó en primer plano la promesa de Zapatero. La imprudencia no sólo les dio la baza a los socialistas, sino que despertó en la ciudad las viejas suspicacias respecto a Valencia. A Etelvina Andreu le bastó poner sobre la mesa las declaraciones de Rambla para obtener de inmediato unos dividendos no previstos. Nada une tanto como una amenaza que provenga del exterior, sobre todo si es de una ciudad vecina. "Ahí tenéis", ha venido a decirles Andreu a los alicantinos, "cómo trata a Alicante el Partido Popular". "Si nos descuidamos, son capaces de desmantelar el Castillo de Santa Bárbara para llevárselo también".

Cogido a contrapié, Camps se ha puesto nervioso por primera vez en la campaña y no ha logrado hilvanar una respuesta satisfactoria. Cuando se ha afirmado de modo categórico que "la Casa del Mediterráneo irá a Valencia o a ningún sitio", no es fácil dar explicaciones que resulten convincentes. Así lo demuestra el confuso comunicado que el Consell emitió el sábado prometiendo sedes en Alicante, Castellón y Valencia. De la noche a la mañana, el Mediterráneo se ha convertido en el arquitrabe de la Comunidad. La insistencia de Luis Díaz en señalar que la Casa del Mediterráneo se construirá en lo alto de la Sierra Grossa, añade al desmentido un toque de jocosidad.

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