Inercia democrática
En estas elecciones no habrá novedades ni tampoco servirán para rehacer la maltrecha relación entre la ciudadanía y sus gobernantes, la escisión entre la sociedad y unos administradores que sólo se acuerdan de sus votantes y de sus promesas unos meses antes de los comicios. El día siguiente de las elecciones, la ciudadanía desaparecerá del horizonte político y todo volverá a ser una maquinaria para repartir poder.
Estamos en la inercia de una democracia que no madura, insuficiente y adormecida. Los políticos continúan impasibles a los avisos que reciben del desinterés de los votantes; posiblemente, porque la abstención ya les va bien. Pero ello es preocupante en relación con los jóvenes, que se incorporan a una democracia en la que, por suerte, han nacido (sin intuir siquiera lo que fue estar bajo una dictadura), pero que da pocos estímulos para votar y pocas expectativas de que vayan a ser escuchados.
Seguirá el alcalde que heredó el cargo. Seguirá el tripartito con la única novedad posible de que Iniciativa-Verds sobrepase en votos a Esquerra Republicana. Seguirá el eterno candidato convergente coleccionando críticas razonables a la actual gestión, aunque sinceramente él no las comparta, ya que, en parte, se corresponden con las que la auténtica izquierda hace al poder. Queda la incógnita de si la única protesta integrada, Ciutadans-Partido de la Ciudadanía, conseguirá concejales para afrontar un problema fantasma tan falso como que la lengua española está marginada.
Los gestores municipales saben del cabreo de la ciudadanía al sentirse, la mayoría, ciudadanos de segunda, nada protagonistas de la ciudad, vulnerables vecinos, habitantes de pisos de precios desorbitados, comparsas en los escenarios para el turismo, en una ciudad carísima, con museos cuyas entradas están a precio de sueldos alemanes; pero no hacen nada para autocriticarse y para pensar que lo más sostenible empezaría por detener sus ansias de poder y sus despilfarros propagandísticos, aproximándose más a la realidad.
Todos van a celebrar sus pequeñas ganancias, aunque todos sepan, en el fondo, lo poco que se ha avanzado desde el punto de vista social y lo poco reforzada de pasión y energía, participación e imaginación que ha salido la democracia.
En unas condiciones en las que el modelo Barcelona necesita actualizarse y transformarse, cuando lo trascendental hubiera sido estimular la participación para que todos y todas imagináramos y compartiéramos la ciudad que queremos y deseamos -inclusiva, justa, sostenible, socialmente diversa, atenta a su memoria y patrimonio, abierta a la experimentación y al conocimiento, etcétera-, cualquier debate se ha ido posponiendo y este ejercicio colectivo de participación e imaginación se ha escatimado. Por esto, sólo nos queda la inercia.
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