Volver al concejo abierto

Difícil, por no decir imposible, que yo pudiera ser alcalde de ningún sitio, habida cuenta de mi aversión hacia la política tal y como se practica ahora. Yo vengo de un territorio donde todavía subsiste en algunos sitios una antigua tradición llamada concejo abierto mediante la cual las decisiones más importantes se toman entre todos los vecinos por el sistema de un hombre, un voto; y no por unos pocos en representación del resto.
Pero es que, además, ¿de dónde podría yo ser alcalde? ¿De mi Vegamián natal, sobre el que hay en este momento, litro arriba, litro abajo, unos 360 hectómetros cúbicos de agua (llovió mucho en aquel valle el año 1968)? ¿De Madrid, que es donde vivo, pero con la sensación, como les sucede a muchos, de estar de paso en esta ciudad en la que, sin embargo, llevo ya 26 años? ¿De León, mi segunda ciudad de referencia, pero en la que cada vez me siento más forastero?
Puesto, no obstante, en la tesitura a la que EL PAÍS me enfrenta, lo que yo haría, si fuera alcalde de Vegamián (de los terrenos que le sobrevivieron), sería invitar a todos los que exigen agua como si se la debiéramos y no por solidaridad con ellos a que vieran las ruinas de los pueblos sumergidos para que se dieran cuenta de lo que cuesta conseguir aquélla. Si fuera alcalde de Madrid, prohibiría por decreto ejecutar cualquier obra durante un par de años para ver cómo se vive en una ciudad inmóvil (en palabras propagandísticas, para ver qué pasaría si nunca pasara nada). Y, en fin, si fuera alcalde de León, exigiría para mi tierra lo que todas las demás regiones tienen, excepto ella: una autonomía propia (y a Zapatero que explicase a sus paisanos por qué lo que dice para Navarra: que será lo que los navarros quieran, no sirve para León).
En cualquier caso, tomadas esas decisiones, que tampoco son tan insólitas, lo que sin duda haría a continuación, en coherencia con mis ideas y con mi manera de entender la vida, es lo que hizo Sancho Panza al cabo de una semana como gobernador de su ínsula Barataria: salir huyendo como alma en pena, exclamando lo mismo que él en aquel momento: "Abrid camino, señores míos, y dejadme volver a mi antigua libertad (...). Yo no nací para ser gobernador ni para defender ínsulas ni ciudades...".
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