Una clase casi magistral
Estrenada en el National Theatre de Londres el 18 de mayo de 2004, The History Boys, última obra teatral de Alan Bennett, destilaba recuerdos personales, planteaba una aguda reflexión sobre el revisionismo histórico y manejaba, con precisión de malabarista, algunos temas clave sobre la construcción de una identidad (sexual y de clase, entre otras cosas) en el umbral de ingreso en la vida adulta, pero, ante todo, proponía un complejo debate sobre dos formas contrapuestas de entender la docencia: la educación entendida como contagio de una pasión casi erótica por la cultura o como el diseño, más o menos maquiavélico, de una estrategia para ganar. Nicholas Hytner, que dirigió el montaje original, ha contado con el mismo reparto para llevar a la pantalla la obra de Bennett y algo (o mucho) se ha perdido por el camino, pero la riqueza del texto era de tal magnitud que incluso este posible naufragio es una buena noticia para todo espectador dispuesto a que le vitaminen el cerebro.
THE HISTORY BOYS
Dirección: Nicholas Hytner. Intérpretes: Richard Griffiths, Stephen Campbell Moore, Samuel Anderson. Género: Drama. Gran Bretaña, 2006. Duración: 109 minutos.
La preparación del examen de ingreso que podría llevar a Oxford o Cambridge a ocho estudiantes de una modesta escuela de Sheffield centra el pulso entre la voluptuosidad culterana del obeso (y levemente pedófilo) profesor Hector (Richard Griffiths) y la economía táctica del joven (y un tanto reprimido) profesor Irwin. Es en la forma donde Hytner equivoca más el tiro: rara vez logra un encuadre armónico y sus montajes musicales de transición rozan, en ocasiones, el sonrojo. También el propio Bennett contribuye a alejar la película del original al aligerar escenas y, sobre todo, suavizar las tintas que, en el teatro, dibujaban para Irwin un futuro tan consecuente como oscuro. Quizás otro de los efectos colaterales de la poda sea el incremento de importancia obtenido por las sub-tramas venéreas que recorren el conjunto. Pese a todo, The History Boys tiene una de esas escenas que valen, por sí solas, una película: un diálogo de soledades a través del análisis de un poema de Thomas Hardy.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.