La OPA de El Chino sobre El Tunecino
Mientras la mayoría de los medios estaba pendiente de la hora en la que el tribunal pondría en conocimiento el voluminoso informe sobre el explosivo que estalló el 11-M en los trenes, dos peritos de la Guardia Civil ilustraban ayer la situación de la mina Conchita, el estado de la mina y el cruce telefónico según los datos emanados de las tarjetas utilizadas.
Estos hombres se avanzaron, al examinar el abundante tráfico de llamadas entre los líderes del atentado y la banda de Avilés, los proveedores de los explosivos, hacia una crónica policial de cómo se fraguó la matanza. Pero, claro, los medios de comunicación crean su propia demanda y luego se sienten en el deber de satisfacerla. Ayer tocaba el explosivo. Si uno consulta con cualquier magistrado de éste y de cualquier tribunal le dirá una cosa de sentido común, a saber, que el explosivo es una prueba en medio de un mar de pruebas. Y que las pruebas periciales que ya figuraban en el sumario -tan solventes como las que acaban de aportar la última versión escrita de ocho peritos- habían permitido quizá llegar al punto necesario. En otros términos, acreditada en un porcentaje muy elevado su procedencia de la mina Conchita esa fue la dinamita de marca anónima -por la dificultad de llegar a una certeza- que segó la vida de 191 personas. En este sentido, el conjunto de datos ya permite decir que es blanco y en botella.
Algunos acusados alegan que sus móviles se usaron para hablar con El Chino
Trashorras es meticuloso: baja de su casa para hablar desde una cabina
Eso se ve al escuchar a los peritos guardias civiles seguir el rastreo telefónico, sin grabaciones, claro, en los meses en que se montó la operación del 11-M. Según narraron, la primera tarjeta investigada fue la de la acusada Carmen Toro, que está sentada fuera de la pecera y que mantiene vivo su idilio de sonrisas y gestos con José Emilio Suárez Trashorras, que permanece estas jornadas, del otro lado del cristal, en una esquina, como un boxeador noqueado. Carmen continúa en la sala jugando al mismo personaje que, según los peritos, interpretó en los preparativos del atentado: una "coordinadora" de la célula de Avilés.
En esa tarjeta, pues, quedaron registradas llamadas de Jamal Ahmidan, El Chino. Desde ahí se llega a los teléfonos usados por Suárez Trashorras: eran dos, en un principio; luego se descubre un tercero y más tarde un cuarto. Uno de ellos se empieza a usar desde principios de marzo de 2004: tenía cruces de llamadas con teléfonos asociados a El Chino y con la célula de Morata de Tajuña, así como con Raúl González Peláez.
Los indicios están ahí. Ciertos acusados alegan que sus teléfonos fueron usados puntualmente para contactar con El Chino. Es el caso Iván Granados Peña, que mantiene dos contactos, y también... el de la propia Carmen Toro. Hay una llamada el 14 de enero de 2004 de El Chino a El Dinamita, otro de los acusados. Con Gabriel Montoya Vidal, el Gitanillo, también hay llamadas. En el informe se expone que sólo se han podido determinar relaciones entre la trama asturiana y la célula de Morata de Tajuña a través de tres personas: Abdenabi Kounjaa, Rachid Oulad Akcha y Jamal Ahmidan. El 6 de febrero Serhane El Tunecino llamó a Trashorras. Los cuatro se inmolaron en Leganés. A su vez, los viajes a Madrid de Suárez Trashorras se siguen mediante el uso de una tarjeta de crédito utilizada, por ejemplo, en las autopistas. Esto ocurre el 6 de febrero. Los peritos destacan que Suárez Trashorras es meticuloso: baja siempre de su domicilio para hablar desde una cabina que está a 50 metros de su casa.
¿Cuál es el interés de este informe? Se trata de un relato coherente sobre cómo se pudo fraguar la operación. Los peritos califican como "intermediarios o valedores" a los acusados Rachid Aglif y Rafá Zouhier.
"Son los engranajes que unen las dos esferas delincuenciales: la islamista y la del trapicheo o menudeo de hachís. Ambas necesitan tener confianza mutua". Una cadencia de llamadas une a Rafá Zouhier, con Aglif, con Antonio y su hermana Carmen Toro, con Suárez Trashorras y con Jamal Ahmidan.
Esta descripción coincide con los estudios del experto en terrorismo islamista Marc Sageman, psiquiatra que trabajó para la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en Afganistán y que ahora apura un libro en el que examina el 11-M.
"La cadena de Serhane El Tunecino habló mucho sobre realizar un atentado en España, pero nunca concibió un plan definitivo. Tampoco tenía acceso al material necesario para desarrollar una operación terrorista. Esto cambió en el verano de 2003, cuando esta cadena poco disciplinada se fusionó con el grupo de traficantes de drogas de Tetuán, Marruecos, dominada por dos familias, los Ahmidans y los Oulad Akchas", señala Sageman a este cronista.
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