En un pantano
Nada tiene tanto poder de arrastre como la victoria. Y el triunfo de Sarkozy en Francia está propiciando entre nosotros la proliferación de imitadores del presidente francés. De Mariano Rajoy a Artur Mas, abundan las improvisaciones de fin de semana que pretenden llevar a la escena política el espectáculo Sarkozy. El problema es que estos imitadores apresurados se fijan más en el ruido que en las nueces del guión del líder conservador francés. Con lo cual corren el riesgo de parecer, más que imitadores de Sarkozy, imitadores de Le Pen.
Las elecciones municipales acostumbran a tener doble contabilidad: las direcciones de los grandes partidos piensan en la suma total de votos y los candidatos de cada familia en el resultado de su alcaldía o comunidad. La contabilidad llega a ser triple en las comunidades en que no coinciden las municipales y las autonómicas. Por eso se da una doble campaña: la de los líderes que no se presentan a las elecciones y la de los candidatos. Por lo general, los derrapes en materia de inmigración los han protagonizado los líderes y no los candidatos. Señal de que la cercanía a los problemas genera responsabilidad.
La capacidad invasiva del campo de la política que tiene la cuestión vasca hace que en esta ocasión la brecha entre la campaña general -la de los líderes de los principales partidos- y la campaña local parezca más grande que nunca. El resultado es la resignación de los dos grandes partidos que, metidos en su peculiar batalla, dan la impresión de no esperar otra cosa que conservar las posiciones adquiridas, y la apatía en la ciudadanía. El empeño -que en algunos casos, como el del partido socialista en Madrid, parece ya un destino- en presentar candidatos sin pegada donde el adversario es fuerte es la mejor demostración del aire burocratizado, sin entusiasmo político alguno, que transmiten estas elecciones a los ciudadanos.
A medida que la rabia de la derecha, escenificada en la larga campaña de movilizaciones callejeras, ha perdido fuelle por el miedo de Rajoy a quedar ligado para siempre a la imagen más extrema de su partido, la política española se ha reducido a una repetición de intercambios sobre ETA y Batasuna que hemos visto ya mil veces, con los mismos argumentos y las mismas respuestas, como si unos y otros estuvieran sólo pendientes de qué hace ETA. El desinterés con que PP y PSOE han acogido la propuesta de un nuevo acuerdo antiterrorista presentada por Josu Jon Imaz es estremecedor. Imaz, el único que se ha movido estos últimos tiempos, da un giro impresionante al PNV y tiene el coraje de avanzar, sin miedo a que el partido no le siga. Y sólo recibe silencio.
La política española está encallada. El PP la metió en un pantano porque no era capaz de conseguir otra cosa. Y Zapatero no sabe cómo sacarla de ahí. El poder tiende a hacer conservador al que lo ejerce. Pero el zapaterismo parecía definirse como juego de ataque e innovación. Cuando uno se cierra en defensa tiende a generar confusión y a embarullarse en sus mensajes. Y ahora Zapatero tiene que recurrir demasiado a menudo a medias verdades o a contradicciones. En su intento de liderar el fin de la violencia en Euskadi, estuvo demasiado ansioso al inicio, dando pasos antes de hora, y se asustó demasiado pronto, entrando en el proceloso terreno del doble lenguaje. No se puede decir, por ejemplo, que el Gobierno ha garantizado que Batasuna no se presentará a las elecciones porque no es verdad. La idea de "intentarlo" y seguirlo intentando en el País Vasco, que la mayoría de la ciudadanía le reconoce, revertirá contra él si no sale del pantano en que la política española está metida. Zapatero empieza a tener un problema: la frustración. Abre muchos temas, plantea atractivas iniciativas, presentadas, por lo general, de modo demasiado entusiasta como panaceas. Pero pasa el tiempo y las apuestas que han generado más expectativas no se cierran, las soluciones no se concretan, la implementación de las medidas no llega. Así la melancolía y la frustración, ya muy presentes en esta campaña, pueden acabar apoderándose del final de la legislatura. Estas enfermedades del espíritu, en términos electorales, acostumbran a significar abstención. Y éste es siempre el gran riesgo de la izquierda.
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