_
_
_
_
_

El fatuo manierista Wong Kar-wai

En la cultura china, como en la japonesa, la noción de originalidad carece de valor. En su primera película occidental, el chino Wong Kar-wai aparece prisionero de sí mismo. Y de toda la historia del cine. En My blueberry nights, pone en escena a personajes que se comportan como personajes de cine que imitan a otros personajes de cine. Ahí están los reflejos patéticos de la chica con un mechón ante los ojos, así como el alcohólico enamorado que no deja de proclamar a cada copa que bebe para olvidar la ausencia de la amada. En ese sentido, parece casi lógico que todos los bares sean o parezcan un mismo bar y que la banda sonora sea el tema de In the mood for love (2000), revisado por Ry Cooder: Wong Kar-wai se rinde homenaje a sí mismo. Manierismo en el peor sentido de la palabra. Tanta autocomplacencia se revela indigesta.

Más información
La consagración del cineasta obsesivo

Pero el problema del cineasta lo es también del propio festival. Desde hace años, desde que la selección la efectúan realmente los rectores del mismo, se tiende a la fidelidad a una serie de directores considerados autores. Algunos saben que su nueva película, sea buena, regular o mala, será invitada a la selección oficial. Cannes ha hecho famosos a Sokourov, Tarantino, los hermanos Coen, Naomi Kawase, Gus van Sant, Carlos Reygadas y a Wong Kar-wai, entre otros. Es un Olimpo en el que no todos los dioses se comportan siempre como tales. Un cineasta de gran éxito me decía un día que "un director tiene que evitar envejecer con sus actores". Él lo decía pensando, sobre todo, en la taquilla, en el hecho de que el público que acude a las salas de cine tiene, en su gran mayoría, menos de 20 años, pero el consejo también vale en un sentido más amplio. Ser fiel a un nombre puede llevar a ser infiel a una idea. A una idea de lo que tiene que ser el cine.

La apariencia del arte

El Festival de Cannes es la gran cita anual de la cinefilia, una pasión o enfermedad que comienza a ser residual y en vías de extinción. Sus ritos siguen funcionando porque tras el culto al arte cinematográfico está la realidad del negocio. "El cine es un arte y una industria", sentenció en su día André Malraux para justificar los esfuerzos que hacía su ministerio para divulgar en el mundo la nouvelle vague.

Wong Kar-wai sólo mima la apariencia del arte. Hace tres años acudió con 2046, una película inacabada que prometía ser, una vez terminada, mejor y más ambiciosa que la excelente In the mood for love. Ahora, una vez vista My blueberry nights, el espectador con memoria siente la tentación de revisar a la baja lo que en su día le agradó. Mejor no hacerlo y confiar en que todo se explique a partir del extrañamiento geográfico e idiomático de un chino obligado a expresarse en inglés y perdido entre el metro de Nueva York y los desiertos de Nevada.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_